La riqueza de la emotividad
Los mecanismos de defensa, para no sentir emociones y sentimientos, son: la negación, la proyección, el aislamiento, la racionalización y la formación reactiva.
Cada día, eso que tú escoges, eso que tú piensas, eso que tú sientes, eso que tú haces es en lo que te conviertes.- Heráclito, filósofo griego.
Es vital reconocer y utilizar la propia riqueza emocional, encauzándola de modo adecuado en el proceso del crecimiento. La afectividad nos hace capaces de experimentar emociones y sentimientos. A menudo decimos: “Estoy bien”, “estoy mal”, “me gusta…”, etc., y definimos de modo muy simple nuestras emociones y sentimientos como reacciones de agrado o desagrado que se “sienten” por las experiencias cotidianas.
La emoción es repentina, puede ser intensa o leve y siempre es breve; produce reacciones en los movimientos corporales, reacciones somáticas como falta de respiración, rubor o palidez. La voluntad no interviene en las reacciones psicosomáticas.
El sentimiento es menos intenso, más difuso y prolongado. Conforme crecemos, tanto emociones como sentimientos son más complejos por la visión de la realidad, las experiencias y las previsiones. No hay duda que nuestra percepción de situaciones, personas, etc., influye en la calidad y el grado de las emociones, por eso, es muy importante procurar una visión optimista de la realidad y de uno mismo. Así desarrollaremos una mente positiva.
Somos seres de dos mundos: el exterior y el interior tan vasto o más que el exterior. El interior es privado, individual y secreto; guarda lo gozado y lo sufrido, lo recibido y lo que se nos ha negado; es decir, todo lo que nos ha afectado. Muchas personas no saben lo que sucede en su mundo interior y guardan emociones y sentimientos sin advertir su gusto dulce o amargo y, como el cuerpo es la caja de resonancia de ese mundo interior, se manifiestan con una jaqueca, ansiedad, trastornos digestivos, hipertensión y hasta algo más serio.
Los mecanismos de defensa, para no sentir emociones y sentimientos, son: la negación, la proyección, el aislamiento, la racionalización y la formación reactiva. Para gobernar la dimensión emotiva, hay que tomar consciencia de emociones y sentimientos, darles nombre y aceptarlos como parte de nuestra naturaleza para encauzarlos. El hecho es que, como emociones y sentimientos no son toda la persona, hay que ponerlas en interacción con otras partes de nuestro ser tales como: la razón, los valores y las polaridades.
Relacionando mis sentimientos con mis valores puedo discernir lo que es mejor para mí y considerar a los demás como lo que son: ¡seres humanos perfectibles como yo!
¡Ánimo! Hay que aprender a vivir.