Hace unas semanas puse en aprietos al editor, ya que olvidé la nota dominical, por estar involucrado en un documento que presenté, en coautoría con la arqueóloga Lourdes Toscano, en la Sociedad de Arqueología Americana. El tema es interesante y lo compartimos con ustedes. 

Durante los últimos 30 años, la interpretación de las evidencias de cultura material halladas por los arqueólogos del área maya se ha visto beneficiada con los avances logrados en la lectura de los textos epigráficos y en la interpretación de la iconografía. 

Estos estudios hicieron más palpable el complejo mundo ideológico, las estructuras de poder y por supuesto la vida religiosa de los antiguos habitantes del área maya. 

Asimismo, la aplicación de nuevos enfoques en la interpretación del dato arqueológico ha enriquecido el conocimiento de aspectos abstractos como la percepción del espacio o el significado de las elaboradas pinturas o fachadas que adornan los edificios y por supuesto han provocado que los ojos de los investigadores se vuelquen hacia el extenso universo ritual de esas sociedades. 

Ahora se han reportado evidencias de rituales asociados a la arquitectura en numerosos sitios, sobre todo de la región del Petén y del Usumacinta, ya sea que se encuentren como objetos enterrados en las entrañas de los edificios, basamentos o plazas o como acumulaciones de cerámica rota y otros objetos colocados sobre la superficie de las plazas, patios o en el interior de recintos. 

Lo anterior indica que ésta fue una práctica generalizada y, por lo tanto, las evidencias son factibles de encontrarse en la mayoría de los sitios.

Ante este panorama hemos reconsiderado la interpretación que antaño dábamos a algunas evidencias, tales como concentraciones de cerámica o elementos arquitectónicos aparentemente fuera de contexto o incluso algunos sectores destruidos de edificios, ya que considerábamos estos vestigios como producto de actividades cotidianas o deterioros ocasionados por el tiempo y la falta de mantenimiento. 

En este trabajo presentamos evidencias recuperadas a lo largo de casi 20 años, las más antiguas proceden de las excavaciones que realizamos en el Palacio de Labná y en el Cuadrángulo de los Pájaros de Uxmal durante los años 1987-2007.