Robar a Robben

Si Marx hubiera conocido esta tradición del futbol mexicano de jugar como siempre y perder como de costumbre, le habría dado a sus teorías una vertiente muy distinta.

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Los histéricos de costumbre solían alegar de manera reiterada, pero sobre todo de hueva, que ojalá que los mexicanos que al grito de guerra defendían con ahínco los colores de la selección, con ese mismo vigor defendieran el petróleo de las garras de la reforma energética.

O sea, le exigían a Paco Meme, El Piojo y El Chicharito, que en vez de rifársela en el Mundial, se fueran a cuidar pozos petroleros, como si la lucha en el área chica fuera lo mismo que la lucha de clases, pues habida cuenta de la imposibilidad prácticamente bíblica para llegar al quinto partido es mucho más difícil la primera que la segunda.

Si Marx hubiera conocido esta tradición del futbol mexicano de jugar como siempre y perder como de costumbre, le habría dado a sus teorías una vertiente muy distinta. Así, el resultado del partido contra Holanda demostró científicamente que esta premisa era errónea. Hay que aceptarlo, es triste, pero si se hubiera dejado en manos de nuestros seleccionados el resguardo de los bienes de la patria de las garras del capitalismo salvaje, al final capaz que no nos queda ni el Ixtoc de triste recuerdo.

La responsabilidad histórica de mantener una tradición de derrotas y jugar con los sentimientos de una afición que, a la manera de un caso clínico para el doctor siquiatra de Gloria Trevi, cada cuatro años renueva la fe perdida para extraviarla otra vez en los penales o por la perra costumbre de defender su pinchi golecito de ventaja.

Si ya saben cómo son los ratones verdes para qué se emocionan, afirma con lógica irrebatible un meme sacado de las profundidades del laberinto de la soledad (solo con mis sentimientos) con soundtrack del “Cielito lindo”.

De esta experiencia traumática que le abolla su flamante carrocería a la administración peñista (ya se veían trepados en el Brazuca de una loca película de epopeyas pamboleras,), topamos con una metáfora que lo redefine todo: un crack holandés llamado Robben nos robó, a nosotros que somos artistas en el arte del engaño oceanográfico, nuestro destino manifiesto.

Y lo hizo atracándonos no solo un penal, sino a través de un arte en que nos suponemos campeones, el de la simulación. 

El delantero del Bayern Munich, para acabarla de amolar, aceptó que, en efecto, se había echado un estentóreo clavado para recuperar el penal que le habían robado en el primer tiempo. No era un truhán, no era un señor, era el Robin Hood de la pena máxima.

Ahora ya quisiéramos que cundiera por acá el ejemplo de Robben, a ver si así nos redimimos. 

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