Rutas de lectura
Unos deciden seguir el orden propuesto por cada libro y avanzan de principio a fin sin saltarse una sola línea.
Cada quien traza su propia ruta al leer. Unos deciden seguir el orden propuesto por cada libro y avanzan de principio a fin sin saltarse una sola línea, investigan obra y milagros del autor, corren al diccionario cada vez que encuentran una palabra de dudoso significado, amplían explicaciones consultando otras fuentes. En fin, dedican todos sus desvelos a un mismo libro hasta acabarlo. Se vuelven especialistas de la obra, no es exageración decir que saben más de ella que el propio autor. Su regocijo está en conocer a profundidad.
Otros, por el contrario, requieren diversidad, no pueden serle fiel a un sólo texto, van dejando libros abiertos en cada lugar que visitan, pilas de impresos se acumulan en sus paradas regulares: debajo de la hamaca, en el baño, encima del horno y por supuesto en la bolsa. Cada vez que regresan a esos puntos continúan la lectura donde la dejaron o se aventuran a ir más allá.
Combinan historias, descubren señales que conectan sus lecturas, lo aprendido en unas páginas lo ponen en práctica en otras. Su placer reside en probar nuevas letras.
También existen los que con fe ciega abren sus páginas en busca de iluminación, de instrucciones para intentar componer aquello que no marcha bien, confían en la existencia de alguien más sabio que ellos, capaz de explicarles cómo funciona el mundo. Su alegría consiste en saberse acompañados.
Algunos cuantos, los renuentes, se mantienen alejados de los libros con la firme convicción de que el polvo de sus hojas podría ser letal para sus alergias, pero llega el día en que no tienen más escapatoria que adentrarse al torbellino de sus palabras y su mundo queda de cabeza. Construirse una opinión más firme se vuelve su deseo.
Dicen por ahí que la dicha no se alcanza al final del libro, sino en el trayecto, quizá por eso cada uno es el encargado de ir decidiendo por dónde y cómo andar.