Sábado por la noche

Entonces sólo éramos culpables de nuestra suerte, pero a partir de ese momento cargamos con algo tan pesado...

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Llegamos casi al mismo tiempo, cada quien con su familia, excepto Andrea que no pudo soportar la idea de estar presente en un lugar como ese. Nunca nos habíamos visto así. Todos con ropa negra, mangas largas, bien peinados y con zapatos impecablemente lustrados. Era febrero, el frío pegaba demasiado, aunque realmente eso nunca nos impidió adueñarnos de la ciudad cada sábado por la noche.

Vi a mis amigos detenidamente, quitando nuestras ojeras lucíamos bastante bien, casi como adultos. Quise pedirles una foto para recordar a Mario. Pero luego entendí que no era el momento ni el lugar adecuados. Nos apartamos a un rincón porque para mí era insoportable la angustia de no saber cómo debía comportarme en el funeral de un veinteañero. Es difícil porque cuando un viejo muere basta con decir alguna frase formulada como: “Que Dios lo acompañe. Seguro ya está en un lugar mejor”; pero con un joven esto no funciona, para él las fórmulas no tienen razón de ser y no existe mejor lugar que donde se encuentren sus amigos.

La verdad es que también temía que la madre de Mario nos reclamara. Su muerte no era nuestra culpa. Todos siempre experimentamos y consumimos las mismas cosas, y aunque las consecuencias eran conocidas lo justificamos con el desorden de la época. Si Mario había muerto era porque no tuvo la suerte de los demás y una mala noche le tocó dar la vuelta al mundo. Entonces sólo éramos culpables de nuestra suerte, pero a partir de ese momento cargamos con algo tan pesado.

Después de casi una hora no soportamos más y decidimos retirarnos. Fuimos por Andrea. Seguía llorando, dijo que no pudo dormir, por lo que  tomamos carretera rumbo a la playa. Era sábado por la noche así que nos urgía tomar y fumar hasta el hartazgo. No era el dolor, es que nunca supimos hacer otra cosa.

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