¿Sangre o mérito?

México es prolífico en ejemplos de nepotismo. Familias enteras controlan el aparato estatal, se enriquecen a su costa y se transfieren el poder los unos a los otros como si fuera una herencia.

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Hace más de 40 años el  presidente José López Portillo pronunció la frase: “Es el orgullo de mi nepotismo” luego de nombrar a su hijo José Ramón subsecretario en la Secretaría de Hacienda.

En alusión a esta frase, parece que en México el poder político se hereda, pues  llama la atención la cantidad de funcionarios públicos que provienen de familias acostumbradas a mover los hilos del poder; desde muy jóvenes están llamados a ser los sucesores de sus padres, tíos o abuelos. Sus lazos de sangre los colocan en los primeros lugares de las listas de sus respectivos partidos para puestos de elección popular o  alta burocracia, muchas veces a expensas de servidores públicos de larga trayectoria y capacidad probada. Así vemos pasar por las legislaturas federales a los hijos de José Murat, Elba Esther Gordillo, Martha Sahagún, Jorge González y Emilio Gamboa Patrón por mencionar algunos. 

México es prolífico en ejemplos de nepotismo. Familias enteras controlan el aparato estatal, se enriquecen a su costa y se transfieren el poder los unos a los otros como si fuera una herencia.

En Yucatán (al igual que en México) muchos de los puestos de alta burocracia y curules legislativas están ocupados precisamente por personas cuya principal característica es el lazo familiar que los une a un político de altos vuelos ¿Si no fuera por esto, estarían en el puesto que ocupan actualmente? ¿Qué es más importante para la construcción de una carrera política: la sangre o el mérito? Si nos paseamos por el Congreso de Yucatán podríamos llegar a una opinión dividida. 

En la administración pública la práctica del nepotismo tiende a dejarle a la ciudadanía gobiernos ineficientes, pues se da preferencia a individuos al margen del mérito personal, capacidad o formación dejando de lado a servidores públicos que podrían estar mucho más capacitados para ocupar los puestos.

Después de la debacle financiera que sufrió México en el sexenio de su padre, José Ramón jamás ha vuelto a ocupar un puesto público.

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