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Desde hace mucho tiempo, los constructores padecemos algo que yo llamo una gran debilidad estratégica...

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Quienes tenemos la inmensa dicha de tener hijos sabemos lo maravillosa que puede ser una carta a Santa Claus, por eso siempre tengo en mi portafolios un buen ejemplo que conservo y releo de vez en vez, para beber un poco de esa inocencia infantil que a los adultos muchas veces nos hace tanta falta.

Pienso que no es exceso de inocencia dirigir hoy mi carta, como empresario de la construcción, a ese generoso barrigón de las barbas blancas que pronto se aparecerá por los hogares del mundo entero, y que espero traiga no sólo lo que pedimos, sino lo que verdaderamente necesitamos.

¿Será mucho pedir que los contratos para realizar obras de construcción, de cualquier tipo y tamaño, se otorguen con base en la magnífica calidad y el buen servicio que una empresa haya demostrado consistentemente desde su fundación? Tomar en cuenta esos aspectos, así como la capacidad de cumplir satisfactoriamente, o contar con procesos eficaces y eficientes, nos motiva a las empresas y a los empresarios a ser mejores cada día, impulsa la sana economía del país, genera obreros y profesionistas bien remunerados y satisfechos. Ninguna otra condición o circunstancia más que las normas de una sana competencia profesional, comercial y ética deben prevalecer a la hora de asignar un contrato.

Desde hace mucho tiempo, los constructores padecemos algo que yo llamo una gran debilidad estratégica: nos hemos acostumbrado a trabajar con márgenes muy por debajo de lo que puede considerarse de un modo objetivo como solvente. De hecho, el concepto de solvencia, referido al precio ofertado por una obra de construcción, ha sido y sigue siendo motivo de incesantes pero estériles debates, ¿Cómo se define y calcula? ¿Quién la evalúa?

Los cambios a la Ley de Obras Públicas y Servicios relacionados con las mismas de los últimos años han tratado de incorporar sin éxito parámetros de medición y calificación que no terminan de ser satisfactorios y a veces incluso han complicado más la situación.

El hecho es que es indispensable que los costos directos e indirectos previstos al elaborar un presupuesto cubran los costos reales de mercado tanto de materiales como de equipos y mano de obra de alta calidad, permitan pagar salarios dignos a la plantilla profesional del sector, cubrir los impuestos y derechos a los que estamos obligados y al final quede una moderada pero justa utilidad a los accionistas.

Asimismo, nuestros clientes, en especial los del sector público, desearía que generen y paguen bien a quien haga bien proyectos ejecutivos completos, detallados, bien elaborados, bien costeados, con sus instalaciones completas y debidamente calculadas.

¿Ilusión, inocencia? Creo que puede ser realidad, y no es muy difícil. Sólo espero que Santa Claus acostumbre leer el Milenio los sábados, y atienda mi humilde pero sentida solicitud.

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