Ser el que quiero

Cada vez es más frecuente ver a yucatecos que ocultan su origen maya y, de esa forma, le ponen una máscara a lo que a todas luces es inocultable: la belleza única en el mundo.

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Recuerdo que cuando los “Emos” estaban de moda, fui a dar clase de teatro a una comunidad, mis alumnos eran un grupo de adolescentes con rasgos mayas. Sus rostros lucían perforaciones, vestían de negro, caminaban lento y apenas les miraba la mitad de la cara pues la otra mitad se las cubría el cabello. ¿Mayas Emos?  Era una imagen muy fuerte, me hizo cuestionar muchas cosas sobre la identidad.

Tiempo después nos pidieron una obra para  el día de la madre. Los muchachos crearon un sketch donde traíamos a un Jmen de un pueblo y su ayudante, que entre rezos mayas curaban a los enfermos ante la mirada incómoda del doctor.

El día de la representación los chicos hablaron seriamente conmigo: “Maestra, no quiero salir de Jmen, mejor soy doctor. Tampoco queremos hablar maya, hablaremos español”. No tuve manera de convencerlos porque creo que el teatro lleva en sí el goce y la conciencia de quienes lo representan.

De nuevo me cuestioné: ¿Qué pasa con la identidad? Es correcto gozar de ella y compartirla siempre y cuando estemos encerrados en el salón de clase. ¿Es arriesgado compartirla en público?

Cuando viajo al D.F. suelen decirme que no hablo como yucateca, y empieza la retahíla de lugares comunes en la gente que cree conocer el habla del yucateco: “Boxita” “Mare, mare” “Bomba” “Papadzul”, un acento nada yucateco comienza a circular a mi alrededor.

Siendo una artista que goza su cultura e identidad no puedo más que sonreír ante el estereotipo del yucateco. Ahora que viajo en metro y veo tantos rostros urbanos, vuelvo a pensar en aquel grupo de alumnos, me pregunto si son conscientes de su raza, de la enorme historia que entraña el lugar donde nacieron, del significado de sus apellidos mayas.

Antes de iniciar cambios drásticos en su imagen -como tatuarse o perforarse, vestirse punks, darketos o emos- sería bueno que miraran la belleza de su rostro. Sé que sueno viejita, pero no me escandalizan los adornos corporales, es sólo que, asumiendo la identidad que fuera, vale la pena que estos jóvenes tengan claro su lugar de nacimiento: “Saber de dónde vengo para saber a dónde voy”. Bromeamos con las rubias de Kanasín.

Obviamente no tiene nada que ver el lugar de nacimiento con el color del tinte de tu cabello. Creo que el meollo está en empezar a abrir conciencia; reconocer quienes somos para en plenitud decidir ser el que quiero. Es importante retroalimentarlo en casa y escuela. Pienso en mi abuela, que cada vez que me miraba peinándome en el espejo  me decía alegremente: “Mesticita de faz bonita”. Eso soy dentro y fuera de Mérida: Una mestiza de amplia sonrisa.

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