¡Seriedad, señores, seriedad!

Si fuera pesimista, diría que el país se nos está desbaratando entre las manos y nosotros sentadotes mirando que pasen las cosas.

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Estoy abrumado. ¡Uay, cuántas cosas pasaron esta semana! Si fuera pesimista, diría que el país se nos está desbaratando entre las manos y nosotros sentadotes mirando que pasen las cosas.

Y cuando digo nosotros, hablo en primer término de nuestros líderes sociales y políticos, que son quienes más responsabilidad tienen por la autoridad de la que están investidos, categoría en la cual caben: autoridades electas y designadas, dirigentes partidistas, empresarios, ministros de los diversos cultos y artistas y deportistas que se forran de lana con el fanatismo de la gente sencilla que los sigue y los idolatra.

Me da la impresión de que esas élites –cuyas preocupaciones ante lo que ocurre deberían ser mayúsculas y cuyas acciones se esperarían efectivas- viven en un país que no es el de todos los días: el de la violencia (Jalisco, Guerrero y Michoacán), la miseria, la explotación del hombre y la mujer (San Quintín, BC, por ejemplo), la desesperanza de millones de jóvenes (el futuro y el presente en estado casi de coma porque las oportunidades están canceladas para ellos).

Aquéllas, sin embargo, nadan en la opulencia, visten de marca, comen manjares y se pasean en vehículos de hiper lujo, desde los cuales ni siquiera voltean a ver al prójimo jovencísimo que bajo el candente sol limpia parabrisas o al anciano desvalido que tiende una mugrosa gorra para que le dejen caer unos devaluados centavos.

Me muerde el alma la rabia cuando paso junto al estacionamiento de un partido político que tiene su sede en la 58 y veo ahí camionetas y autos de esos que pagan tenencia (y alta, ¿la pagarán?) y recuerdo a un dirigente histórico que andaba en volchito y tenía que hacer rifas para mantener a su partido. Oh tempora…, diría el clásico.

Luego está la broma de que El bien dotado y La tacón de aguja pueden aparecer en las boletas electorales. Y para alimentar el pesimismo, una pelea chafa en la que pierde un ineficaz Pacquiao ante un marrullero Mayweather. ¡Seriedad, señores, seriedad!

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