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Los tiempos más peligrosos pueden ser los 100 primeros días, donde Trump y su gobierno deben aprender lo que no pueden hacer…

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Entre quienes tenemos en alta estima al pueblo norteamericano y sus grandes pensadores y artistas, con tradiciones libertarias y progresistas, resulta un tanto difícil asimilar el triunfo de Donald Trump en las elecciones del 8 de noviembre, por la alta carga de racismo, odio, discriminación y misoginia que puso el magnate en su propaganda, así como por la ignorancia que demuestra en sus propuestas ramplonas y contradictorias que, si se realizaran, sólo servirían para agudizar la insatisfacción que está tras el voto antisistémico que le dio el poder. Cuando el punto de partida es un mal diagnóstico, no se puede esperar una buena solución.

Pueden, a toro pasado, argumentarse razones para el triunfo de la sinrazón, desde la “inigualable” capacidad histriónica del impresentable para conectar con el electorado, hasta el tedio por la clase política y el sistema bipartidista, pasando por la grave inconformidad de la clase media que ha ido perdiendo sus privilegios, pero lo cierto es que lo que está detrás es el voto de la vergüenza, de los resentidos contra los valores de la tolerancia y la igualdad. Se sabía que su base electoral, su voto duro, el de los republicanos, estaba conformado por los resabios racistas y misóginos, lo que no se sospechaba era que fueran tantos.

La ignorancia, la incomprensión de los procesos económicos, el miedo y el odio, exacerbados sin recato en su campaña, fueron sin duda los impulsores del voto de los blancos sin estudio, pero no sólo de ellos.

Ahora, ante lo inevitable, muchos insisten en la vieja cantaleta de que no ha pasado nada, que sólo se trató de propaganda y que, dada la estupidez de sus propuestas, es imposible que las lleve al cabo. Están equivocados, sobre todo considerando que su partido tiene el control de ambas cámaras legislativas.

El gobierno electo toma ya las provisiones para que, en los próximos 4 años, pueda revertir los derechos civiles alcanzados por las minorías raciales y por las mujeres, sean o no ciudadanos norteamericanos. Los jóvenes, los estudiantes y los progresistas así lo han entendido y no cesan las manifestaciones, sin precedentes, de repudio a Trump. Vienen tiempos de activa resistencia.

Nuestras relaciones económicas con los Estados Unidos nunca han sido fáciles, el intercambio comercial generalmente los ha beneficiado, así que, a pesar de los amagos, pienso que sería muy difícil modificarlas sustancialmente a mediano plazo, sobre todo considerando la complementariedad y la interdependencia de nuestros procesos productivos.  Sobre la política monetaria me pregunto: ¿hasta qué punto le conviene a la economía norteamericana,  especuladores aparte, un dólar muy caro en relación con el peso? No tardaremos en averiguarlo.

Los tiempos más peligrosos pueden ser los 100 primeros días, donde Trump y su gobierno deben aprender lo que no pueden hacer… y resignarse.

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