Sí, la próxima vez

La demanda de que el homicidio de la periodista Regina Martínez no quede impune, no parece tener fin.

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La tarde del 28 de abril de 2012, Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso, fue encontrada en la tina de su casa asesinada. La demanda de que su homicidio no quede impune, en medio de la simulación de un gobierno en cuya administración la desaparición y el asesinato de periodistas no parece tener fin, abandera ahora la exigencia nacional por la defensa de la libertad de expresión y el derecho a la información, por un lado, y el respeto a la vida de sus mensajer@s, por el otro.

Leyendo testimonios de colegas, familiares y amig@s, uno encuentra que a Regina no le gustaba decir de sí misma que era periodista; prefería el sustantivo de reportera, queriendo con ello restarle presunción al oficio y enviar los reflectores a donde tenían que estar: las historias de aquellas y aquellos otr@s a quienes se les ha arrebatado la voz y el rostro; hacia los márgenes. Así que uno puede imaginar el enojo de Regina si se viera a sí misma siendo la noticia.

En efecto, quienes están de este lado de las cámaras, las libretas, las grabadoras y los micrófonos no deberían ser la noticia: son l@s mensajer@s, no el mensaje. Y, sin embargo, Regina, como muchas y muchos otr@s compañer@s de los medios de comunicación, quedaron ellas y ellos mism@s en los márgenes, a la sazón de un modo de producción económica criminal que en su fase más reciente ha devenido en un necropoder que todo lo arrasa en su ilimitada ambición.

Por eso, cientos de periodistas, acompañad@s de defensoras y defensores de derechos humanos y otr@s ciudadan@s, salieron a las calles de trece ciudades mexicanas y una estadounidense el domingo pasado bajo el paraguas de un par de demandas fundamentales: cumplimiento del marco jurídico que les brindaría un protocolo de seguridad y castigo a los responsables intelectuales y materiales de las ya cientos de amenazas, desapariciones y asesinatos en su contra.

Catorce ciudades cuy@s mensajer@s apagaron las cámaras y las grabadoras como símbolo del silencio que impera en buena parte de sus propios medios y en el resto de una sociedad que no termina por dimensionar lo que significa que le arrebaten por completo la voz.

Pero, quiero pensar, se trata sólo del comienzo y la próxima vez, quizás, otr@s nos sumaremos a la inaplazable exigencia de velar por la calidad del mensaje y por la vida de quien lo porta.

Sí, la próxima vez.

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