Sigue sin despegar la economía mexicana
Si Estados Unidos no crece, entonces la economía azteca, que le vende a su vecino del norte casi 80 por ciento del total, se estanca.
Nuestro ministro de Hacienda, uno de los hombres del presidente, tiene muy claras las ideas sobre el desempeño de la economía mexicana. Sus explicaciones son tan razonables como las de cualquier otro encargado de las finanzas públicas pero, si las contrastas a la realidad de otras naciones, no puedes menos que plantearte algunas interrogantes.
Hay ciertas especificidades en lo que toca al modelo económico de México: somos, curiosamente, una de las economías más abiertas del mundo; somos también una auténtica potencia industrial; y, finalmente, nuestro principal socio comercial es la primera economía del planeta.
Pero, por lo que parece, es precisamente esa condición nuestra de país exportador —que en otros casos podría parecer una verdadera bendición— la que nos vuelve tan vulnerables: si Estados Unidos no crece, entonces la economía azteca, que le vende a su vecino del norte casi el 80 por cien de lo que exporta, se estanca irremediablemente. Y esa dependencia se agudiza por la debilidad de un mercado interno que, dicen los que saben, debiera ser el verdadero motor de la economía.
No es particularmente llamativa la concentración de ciertas economías nacionales en un sector particular: el crecimiento de varios países de Sudamérica se ha debido a la fortaleza de un comprador, China, al cual le han despachado alegremente unas materias primas cuyos precios se cotizaban al alza; pero, ha bastado que se ralentice el crecimiento del gigante asiático (y de otros clientes), con la consecuente baja de los commodities —a saber, esos metales, energéticos, alimentos y granos que se venden sin haber pasado por procesos de transformación que pudieran aportar un valor agregado (por cierto, México, uno de los grandes productores de petróleo, no vende gasolinas ni petroquímicos —es más, ni siquiera alcanza a producirlos para satisfacer la demanda interna— sino simple hidrocarburo crudo)—, para que la economía de Argentina cayera en una recesión, más allá de la esperpéntica política económica de un Gobierno que, entre otras cosas, maquillaba tramposamente las cifras, y para que ocurriera algo parecido (no una recesión, técnicamente hablando, pero sí un magro crecimiento de 0.2 en el primer trimestre de este año, luego de un índice que apenas sobrepasó dos puntos porcentuales en 2013) en Brasil, el gigante de la región, con todo y que el Gobierno de DilmaRousseff, proteccionismos aparte, maneja las cosas con más sensatez.
Luego entonces, el hecho de que México no sea la economía más diversificada del universo viene siendo un mal que compartimos con varios otros países.
Brasil y Argentina, sin embargo, llegaron a crecer como auténticas naciones en vías de desarrollo (7.5 de aumento del PIB brasileño en 2010) mientras que los desempeños de México se parecen a los de esas economías plenamente maduras donde ya no hay prácticamente hacia dónde crecer. Y si echamos una mirada hacia algunos de nuestros socios dentro de la Alianza del Pacífico, entonces las cifras son francamente apabullantes. ¿Qué será lo que tienen Perú y Colombia, para seguir creciendo en estos mismos momentos (4.8 y 4.2 por cien, respectivamente, durante el primer trimestre de 2014), y qué será lo que no tiene México? Son países con los que podríamos compararnos perfectamente.
Y las posibles diferencias en el Producto Interno Bruto por habitante (hay una variación al alza de unos mil dólares, en el caso de las dos naciones andinas, de 2011 a 2013) no explicarían, al comparar los datos con México, nuestra ausencia de crecimiento (esto es, suponiendo que ellos hubieran crecido porque se han acercado meramente a los superiores niveles de desarrollo que tenemos aquí) porque las distancias se han reducido sustancialmente.
La buena noticia, a pesar de todo, es que el país se ha movido. Es decir, se han llevado a cabo reformas estructurales con el propósito, declarado y manifiesto, de promover el crecimiento económico, la única vía posible para mejorar el bienestar de la población.
La mala nueva es que buena parte de ese impulso primigenio pueda estar diluyéndose actualmente en la maraña de leyes secundarias, resistencias de los grupos de interés, politiquerías y obstruccionismos que siguen marcando, fatalmente, la vida pública de México.
A ver si nos ponemos ya las pilas, de una buena vez, para crecer como merecemos.