Sobre 'Bacantes'

La puesta en escena apela a los estímulos sensoriales, pues desde el inicio el espectador se ve inmerso en un ambiente enrarecido por el incienso.

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Hace un par de semanas por fin tuve la oportunidad de ver la polémica obra “Bacantes. Para terminar con el juicio de dios”, basada en un texto de Eurípides y en versión libre de La Rendija, compañía teatral que la presentó en su propio foro dirigida por Raquel Araujo.

La obra gira en torno al regreso del dios Dioniso a su pueblo, pletórico de ira pues han olvidado realizar los rituales destinados a la deidad. Las bacantes, ante la presencia de Dioniso, se entregan y se pierden en los ritos dionisíacos que corresponden, donde el alcohol, el vino y la embriaguez fluyen, lo que causa el enojo de Penteo, líder de la comunidad, quien se apresta a castigarlas, pues considera que ya no deben rendir culto sino  matar a tal dios y extirparlo de su memoria. Ante esto, Dioniso se embarca en una serie de castigos dirigidos hacia Penteo, pues pretende hacer de él un ejemplo frente a  sus antiguos adoradores.

Durante la representación se pretendió hacer una adaptación que involucrara al público yucateco, ya que hizo gala de cierto sincretismo cultural al integrar los textos de la tragedia griega con diálogos en maya, para lo cual tomaron fragmentos de los Cantares de Dzibalché bajo el cuidado de Miguel May May.

La puesta en escena apela a los estímulos sensoriales, pues desde el inicio el espectador se ve inmerso en un ambiente enrarecido por el copal o incienso que inunda la sala, mientras las acciones utilizan como recurso una serie de tablas que se configuran y reconfiguran a medida que avanza la obra, utilizando como eje una barca de madera.

Estos y otros utensilios, como cuchillos y envases de cristal, invaden los oídos del espectador mientras ancestrales ditirambos son susurrados por lo bajo en la semioscuridad, donde la violencia y la sangre que resulta de ella nos remiten al achiote, condimento cuasi-sagrado entre las comunidades maya y mestiza de las que somos parte.

Destaca el trabajo físico de los actores, en especial de Tomás Gómez y Roberto Franco, puntales en los cuales se sostuvo el hecho escénico y que literalmente se jugaron la carne durante el espectáculo, cuyos elementos formales y simbólicos abundan y que a la postre resultan demasiados para reseñar en este escueto espacio. Sin embargo, digan lo que digan, esta es una obra que debe verse, vayan pues, so pena de recibir un castigo divino de proporciones mitológicas…

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