Sobre Fahrenheit 451 y la desmemoria
La novela se desarrolla en un mundo distópico, en el que la sociedad enajenada se solaza únicamente frente a paneles tridimensionales.
“Fahrenheit 451: es la temperatura a la que el papel de los libros se enciende y arde”.- Ray Bradbury
Este año se cumplieron seis décadas de la publicación de un libro que considero fundamental dentro de la literatura: Fahrenheit 451, la que es por antonomasia la mejor novela de ciencia ficción de Bradbury (Crónicas Marcianas, a decir del autor, no es ciencia ficción sino una reescritura de ciertos mitos griegos). Publicada en 1953 en un tiraje limitado, posteriormente el visionario Hugh Hefner la publicó por entregas del número 2 al 5 de Playboy (cuánto le debemos a este hombre: literatura y desnudos al por mayor).
La novela se desarrolla en un mundo distópico, en el que la sociedad enajenada se solaza únicamente frente a paneles tridimensionales que ocupan las paredes de las casas, donde interactúan con La Familia, personajes ficticios programados para conversar y entretener al teleauditorio de manera personalizada.
Es en esta irrealidad donde está terminantemente prohibido leer, debido a que la lectura de universos ficticios y personajes que no existen provoca que el lector piense y los que piensan sufren. Según la tesis planteada por el autor, para que las personas sean felices todas deben ser iguales, y los que leen pretenden diferenciarse, por eso sus prácticas son censuradas y ellos perseguidos por la Brigada 451, una compañía de bomberos que en el futuro ya no apaga fuegos, sino que los provoca con lanzallamas destinados a incinerar todo material impreso, en especial los libros.
La desmemoria, señores, no es cosa de juego: ya está entre nosotros. La eliminación paulatina e inexorable de la historia de las aulas de las escuelas, la desaparición de nuestro patrimonio histórico sin ninguna consecuencia visible, tan sólo son aristas del monstruo paternalista que quiere que olvidemos a los muertos, a aquellos que nos legaron la libertad, el conocimiento, tan bellas cosas que debemos proteger con el más acendrado celo y que en la novela de Bradbury se ve representado por los Hombres-Libro (y libres), quienes en las altas cumbres de su mente, donde habita la inexpugnable memoria, guardaron cada uno un libro, un fragmento, una frase de la trayectoria de la humanidad, ya que como dice el bombero Montag: “Detrás de cada libro hay un hombre”. Es decir, está en nosotros evitar que ocurra lo anterior; no lo olvidemos, la desmemoria es la que debe acabar en aquella hoguera de fuegos fatuos…