Sobre el humor negro (II)

Nuestra capacidad para el humor negro es en el aspecto popular de nuestra cultura...

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La desmemoria histórica y nuestro penoso bagaje cultural no nos han permitido –salvo excepciones- abrevar de esas fuentes mexicanas del humor negro, pues nuestro país ha tenido narradores de excelente factura que han cultivado dicho género. Un antecedente es Manuel Payno, más conocido por “Los bandidos del Río Frío” que por esa maravilla de novela, poco conocida ciertamente, llamada “El hombre de la situación” (1861), actualmente publicada por la Universidad de Veracruz, y que es una joya de la narrativa vertiginosa y de la sátira, el sarcasmo y, por ende, el humor negro. Una consulta indispensable, si de rastrear el humorismo en la literatura mexicana se trata.

A partir de ahí, autores y escritores se suceden uno tras otro cultivando este género –aunque sean los menos-, ahí tenemos el caso de Jorge Ibargüengoitia y, en tiempos más recientes, a Paco Ignacio Taibo II (Sólo tu sombra fatal, 1996), Enrique Serna, Carlos Velásquez, etc. Incluso, en el 2014, Andrés Acosta prologó y antologó a una selección de escritores contemporáneos para conformar el libro “Si ya está muerto, sonría. Relatos mexicanos de crueldad y humor negro” (SM Ediciones).

Dejando de lado los ejemplos literarios, donde se hace más evidente nuestra capacidad para el humor negro es en el aspecto popular de nuestra cultura –y no en las bellas artes-, pues ¿qué puede haber más negro que nuestro mórbido culto, acompañado de risas y celebraciones, a la muerte? Mofarnos de ella, danzar sobre los muertos y hacer escarnio del más allá forma parte de nuestra idiosincrasia híbrida –más cercana al paganismo que a lo que muchos creyentes les gustaría pensar-, a caballo entre lo prehispánico y el colonialismo católico, hoy en día aderezado con ritos propios de la globalización, como el Halloween.

Otra manifestación cultural de nuestro humor negro tiene una raigambre bien afincada: el cartonismo que desde el siglo pasado constituye un paliativo en las publicaciones periódicas llenas de noticias que, sin el humor, nos tendrían sumidos en la depresión y la miseria.

Balmayor menciona que, según Freud, “el Yo rehúsa admitir que los traumatismos del mundo exterior puedan afectarle; y finge, incluso, que pueden convertirse para él en fuente de placer”. Es decir, el humor negro como recurso y mecanismo de defensa ante la sórdida realidad.

Bretón en su “Antología del humor negro” (acuñó el término en 1939), le dio un lugar como género, cuya motivación, más que perseguir lo gracioso, busca reflejarnos en un espejo para evidenciar nuestra naturaleza humana.

Entonces, queda abierta la invitación para no dejarnos llevar por nuestras pasiones, pues sin importar si se trata de la religión, política o sociedad, nunca debemos perder la capacidad ni el sentido crítico para esbozar una negra, negrísima sonrisa.

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