Sobre la apreciación musical

Los yucatecos somos dados al aplauso fácil, a exigirle poco a los artistas que nos visitan...

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Siempre he sido agrio crítico de las cúspides catedralicias de índole cultural, ya que si bien promoviendo y difundiendo el arte al acercarlo a la gente se ganan adeptos, también existen sus bemoles cuando se trata de popularizar en demasía cierta manifestación artística, de cualquier disciplina que se trate. En este caso hablaremos sobre la música y los conciertos.

Los yucatecos somos dados al aplauso fácil, a exigirle poco a los artistas que nos visitan y que al ofrecer un espectáculo, desde antes de comenzar ya se tienen ganada la simpatía del público. Sin ser esto una crítica a la virtud y amabilidad de los yucatecos, cuando se trata de apreciar y analizar una manifestación artística, lo anterior queda fuera de toda consideración. 

Los aplausos tienen su momento y razón de ser. Son una expresión de entusiasmo, un reconocimiento en gratitud por algo que los artistas nos han dado. Pero para que ese momento llegue primero el artista debe probar su valía. Una vez hecho esto, entonces sí, venga la lluvia de aplausos, o, en su defecto, los abucheos y las rechiflas. ¿Cuándo fue la última vez que alguien asistió a un teatro yucateco y escuchó una rechifla?

Por el contrario, al no mesurar nuestras ansias aplaudidoras, nosotros como público sí hemos provocado momentos bochornosos cuando algún director invitado viene a conducir a nuestra sinfónica y palmeamos al finalizar cada movimiento musical de un concierto. 

Si bien el exabrupto no es condenable cuando es sincero, seamos honestos y admitamos que es un problema de falta de educación en materia artística, ya que no obedece a la interpretación en turno, sino a que automáticamente creemos que cuando ya acabó una canción debemos aplaudir. Es el temor al silencio, al vacío. 

Todo depende del contexto y del espacio en el cual se desarrolle un evento. Lo digo aún a riesgo de ser tildado de pretencioso, pero creo que es importante llegar a un consenso en aras de que todos como sociedad disfrutemos del arte a cabalidad, en este caso la música, en condiciones adecuadas. 

Las normas en los teatros tienen una razón de ser, y aunque a muchos les parezca un acto de esnobismo censurar con un ¡shhh! al que aplaude entre movimientos de una composición, no diría lo mismo si uno aplaudiera a la mitad de una película o contestara una llamada de celular en plena función. 

Son usos y costumbres cívicos que están implícitos, una cuestión de educación, lo mismo que no encender un cigarrillo en un sitio público rodeado de gente no fumadora aunque no esté señalada la prohibición: por simple y llano respeto.

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