Sobre la identidad yucateca

¿Es el achiote la clave secreta de nuestra identidad?

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Estar dentro y fuera del terruño de manera intermitente a menudo ha provocado en mí una serie de reflexiones sobre cuestiones identitarias, sociales y psicológicas sobre aquel animal extraño, único y propio de nuestra región al cual llamamos “yucateco”, pues la etiqueta de lo “yuca” o la “yucataneidad” es usada arbitrariamente para designar todo lo que nos es cercano, por más subjetivo que esto sea. 

El término, de tan manido que está, ha perdido todo significado, pues, más que englobar un concepto, diluye las fronteras de lo que es considerado yucateco o no. De entrada, ¿qué es eso de lo que todo mundo habla en Yucatán? ¿Qué es ser yucateco? ¿Qué es lo yucateco? ¿Cuál es la cultura yucateca? ¿Qué es la cultura?

No pretendo de ninguna manera responder cuestiones tan abstractas en las pocas líneas de este espacio, pues no es mi especialidad ni esto se trata de un ensayo académico, estudio antropológico o tratado sociológico sobre tal índole, sino meras consideraciones orientadas a preguntarnos y a reflexionar, pues, después de todo, ¿qué es la identidad y la cultura sino un constructo social producto tanto de lo individual como de lo comunitario?

Como no podemos partir de lo particular o particularizar como si esto fuera una investigación, tendremos que abordarlo desde lo general, desde las convenciones de lo que se percibe como yucateco tanto dentro como fuera de Yucatán. ¿Ser chaparrito, moreno y cabezón es ser yucateco? Sabemos que no, pues nuestra cultura proviene del feliz mestizaje entre Gonzalo Guerrero y Zazil Ha. Entonces, unos se parecen al abuelo y otros a la abuela, aunque, como sabemos, no todo fue agradable en el proceso histórico del amalgamamiento de la cultura española y maya.

Si no es a partir de la fisonomía y los caracteres, entonces tendremos que remitirnos a esa cuestión harto compleja de definir a ese patrimonio intangible del que todos hablan y que nadie ha logrado asir a cabalidad: la cultura. Si la cultura nos define, ¿cuáles serían los rasgos culturales que nos engloban? 

Podrían ser los hábitos gastronómicos. Pero ¿comer frijol con puerco un lunes nos hace yucatecos? ¿La cochinita pibil y el lechón al horno rigurosos nos dan pasaporte peninsular? ¿Es acaso el chile habanero el sello de nuestra autenticidad? ¿La cebolla morada sobre cualquier alimento automáticamente lo convierte en comida yucateca? ¿Es el achiote la clave secreta de nuestra identidad?

Acerca de estos asuntos iré discurriendo, demasiado tarde he caído en cuenta de que me he metido en camisa de once varas. Lo único que prometo es tratar de sortear el embrollo y desfacer el entuerto. Sin afán de ser simplista, decido correr el riesgo de simplificar en mi intento de ir provocando una discusión en torno a la identidad “yuca”.

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