Sobre la informalidad yucateca
Ella, junto con su prima la impuntualidad, reinan en el Mayab.
Los yucatecos no tienen agenda, lo único que tienen es calor, todo el tiempo…- Cristóbal Camino dixit
Confieso que soy impuntual: mea culpa. Pero más allá de unos minutos elegantemente tarde nunca he faltado a una cita. No suelo dejar a nadie plantado ni cancelar de último momento. Sin embargo en Yucatán he observado un enervante fenómeno de características endémicas e, incluso, pandémicas, pues he podido constatar que es de uso generalizado en esta zona del país.
Me refiero a la “informalidad” a la hora de hacer y respetar un compromiso hecho con antelación. Esto lo he podido comprobar a través de viajes a lo largo del país y en algunas visitas al extranjero.
No es sino en mi amada ciudad, en mi querido Estado cuando me he topado con la indolencia de personas que cancelan, posponen o te dejan plantado literalmente como novia de pueblo. El desparpajo es tal que no tienen ningún empacho en hacer evidente la falta de respeto que profesan para con el tiempo de uno, máxime si uno maneja una rigurosa agenda, cuestión que al parecer es ridícula y harto imposible de sobrellevar en un entorno que es un sitio que no se parece a ninguno.
Yucatán tiene características que lo hacen muy particular ante los ojos del resto de México, pero seamos francos, hagamos un ejercicio de autocrítica: la informalidad y su prima la impuntualidad reinan en el Mayab.
La informalidad también es un asunto cultural. Después de todo, ¿quién no ha escuchado hablar del horario yucateco en contraste con la puntualidad inglesa? Me refiero a cuando te citan a las 8 para que llegues a las 9, convención social exclusivamente local y que la mayoría entiende. No obstante, es frustrante tratar de adaptarse a los códigos cronológicos que se manejan aquí, ya que incluso siendo nativo existen discrepancias.
Este mal funciona a niveles institucionales, lo cual permea en los eventos culturales, ya que no hay ninguno que comience sin minutos de retraso, con una notoria y ejemplar excepción: la Orquesta Sinfónica de Yucatán.
La razón de que esto sea así es muy simple: la mitad de los músicos y asistentes son extranjeros, personas que sí entienden que a las 9 es a las 9.
El problema es que nuestra región y sus habitantes aún no han comprendido que no se puede vivir a perpetuidad encerrados en la ínsula de usos y costumbres, pues cada vez más radican en estas tierras personas de todas partes del mundo que, más allá de la deleznable xenofobia que nos caracteriza, vienen a aportar cosas valiosas a la localidad, como la importancia de llevar una agenda ordenada y saber respetarla. Haríamos bien en abrirnos y comenzar a imitar esos modelos, en lugar de atrincherarnos en la soberbia y falsa coraza de la “yucataneidad”.