Sobre los periodistas culturales
Cierto es que al menos en lo concerniente a Mérida los periodistas culturales activos pueden contarse con los dedos de las manos.
Tal y como consigné la semana pasada, el oficio de periodista cultural muchas veces ha sido mal entendido, tanto por los propios colegas como, incluso, por las instituciones culturales. Al grado de que algunos por desconocimiento, ignorancia y falaces generalizaciones han dado por afirmar que los periodistas culturales en Yucatán son inexistentes.
Cierto es que al menos en lo concerniente a Mérida los periodistas culturales activos pueden contarse con los dedos de las manos, pero esto se debe a la carencia de espacios y medios preocupados por darle cabida a estas plumas que son, en muchos casos, la conciencia crítica de lo que acontece en su comunidad, no sólo en la esfera artística, sino también en lo social, histórico, mediático, etc.
Todo está en la acepción con la que se interpreta la palabra cultura, pues para algunos se ciñe exclusivamente a las bellas artes, para otros, es todo acto realizado por el hombre desde el punto de vista antropológico y, para aquéllos, es una cuestión de enfoque.
Las definiciones y la bibliografía al respecto son tan variadas y amplias que es una discusión que lleva muchos años, ríos de tinta y no pocas sensibilidades trastocadas.
Y es que, si bien no pretendo zanjar la disputa ni tener la última palabra, a mi juicio es una combinación de todas las anteriores, pero si algo define al oficio es que, sin importar el tópico, el género periodístico o literario siempre pasa por el filtro analítico y tamiz crítico del periodista que, dominando todas las formas de escritura, lo mismo puede hablar de un partido de futbol, una función de ballet, un evento social, la arena política o sobre los medios de comunicación.
En la forma de abordar el tema y de referirse a los protagonistas radica el enfoque que le da esa categoría de “cultural”, que no es lo mismo que ser reportero de la fuente de espectáculos o entretenimiento, como muchos ignaros han dado por simplificar, causando confusión y un gran daño a los que nos dedicamos a esta ingrata profesión que, sobra decir, requiere de su ejecutor un amplio bagaje de conocimientos.
Me quedo con la definición de Rogelio Villareal, columnista de Milenio Jalisco y editor de Replicante, revista cultural:
“Género proteico y expansivo, el periodismo cultural se nutre indistintamente del ensayo literario, de la narrativa y la crónica, de la crítica cinematográfica, de la teoría del arte, de las ciencias sociales y exactas y de las nuevas tecnologías que están provocando cambios inusitados en todo el mundo. No debe haber tema que escape a la atención y a la disección del periodista cultural. El periodista de la cultura, por tanto, puede ser un improvisado o un erudito; un advenedizo o un ente sensible abierto a las ideas y a las más diversas manifestaciones del espíritu y de la inteligencia”.