Tampoco el presidente Peña Nieto iría al estadio Azteca
Ahora que se puso de moda compararnos con los brasileños, no quiero imaginar lo que sería una inauguración esta tarde en México.
Apenas el 16 de mayo, los portales peruanos destacaban esta nota: “El presidente Ollanta Humala recibió una invitación de la mandataria brasileña, Dilma Rousseff, para que la acompañe como invitado de honor en la inauguración del Mundial de 2014 (…) Dilma Rousseff invitó a todos los gobernantes de la región para la inauguración del Mundial, el 12 de junio en Sao Paulo, porque dijo que el Mundial de Brasil es de toda Sudamérica”.
Ella y los suyos tenían aún esperanzas de que la crisis perdiera fuerza. Hoy es 12 de junio y, como se sabe, la presidenta no estará en la Arena Sao Paulo. Por evitar una rechifla, no querer tensar más las cosas con los que protestan, por lo que sea, esta tarde se escribirá una triste página en la historia de la dinastía Lula-Dilma, que gobierna desde 2003, y con mucho trabajo y propaganda creó la percepción de que lo brasileño jugaba ya en otra liga.
No es así. La desorganización, el dispendio, la opacidad serán por siempre los signos que marcarán este Mundial antes del silbatazo inicial. No es casual que millones de brasileños repudien lo que debería ser una gran fiesta. Quizá a partir de hoy se apague el descontento y las ineficiencias se corrijan sobre la marcha. Lo cierto es que el gobierno llega con una desventaja difícil de remontar.
La calamidad pre-mundialista parece también un mensaje cruel para que el Tercer Mundo deje de soñarse como sede de estos banquetes. Ahora que se puso de moda compararnos con los brasileños, no quiero imaginar lo que sería una inauguración esta tarde en México.
Creo que el presidente Peña Nieto tampoco iría al estadio Azteca.