Tarde y mal sale Vallejo

Un buen hombre deja de gobernar por motivos de salud personal, pero también por elemental salud pública.

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Por ser eficaz y sobresaliente alcalde de Morelia en tres ocasiones, el priista Fausto Vallejo cosechó la positiva imagen con que llegó a la gubernatura de Michoacán.

Heredó la administración de una entidad en estado generalizado de descomposición y a merced de las bandas delincuenciales que pudrieron la vida de los michoacanos durante los 12 años perredianos que le precedieron.

En abril del año pasado tuvo que solicitar licencia para hacerse un trasplante de hígado, y la delicada convalecencia lo forzó a retomar la gubernatura más de cinco meses después.

Perdió entonces la magnífica oportunidad de hacer lo que por genuinos motivos de salud resolvió por fin ayer: dejar para siempre el cargo.

A su testarudo y atropellado retorno, su segundo en el mando terminó siendo consignado por presuntos vínculos con la delincuencia organizada, y su hijo aparece también en imágenes de reuniones con el capo de los Templarios.

Ni duda cabe: un buen hombre deja de gobernar por motivos de salud personal, pero también por elemental salud pública.

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