Tarzán y las palabras

Un cura, un homosexual, los eunucos y hasta Tarzán no pueden ser llamados en rigor solteros.

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Las palabras tienen una profundidad tal que pocos ven, aunque sea palmaria -una cosa no excluye a la otra-, y tienen que venir los semióticos y los lingüistas a explicárnoslas, para que luego de oírlos digamos: “¿Pero cómo no lo vi antes, si es evidente?”. Tal es el caso de muchas palabras que usamos (una inmensa mayoría) inadecuada o  torcidamente (y no hablo de la intencionalidad, porque eso sería perversamente).

Por ejemplo la palabra soltero. Antes se le definía como varón adulto no casado, ahora es persona que no se ha casado. Umberto Eco (Kant y el ornitorrinco, Lumen, 1997) al hacer un análisis del término, que a todos parecería agotado en la definición supra referida, nos dice que es dudoso que la definición se pueda circunscribir verdaderamente a los solteros, porque un cura, un homosexual, los eunucos y hasta Tarzán (que antes de encontrarse con Jane no podía casarse porque no había mujer en la selva) no pueden ser llamados en rigor solteros.

Propone entonces que el término soltero sea aplicable a personas adultas que han decidido no casarse de ningún modo: sean heterosexuales u homosexuales.

Usted puede preguntarme a qué viene esta monserga (en sus significados de lenguaje confuso y de pesadez). Y le contesto: obedece a que todos quienes nos expresamos en el lenguaje humano debemos saber exactamente el significado de las palabras que usamos. Así si un político acusa a otro de robar, explotar a su pueblo, engañar y defraudar, debe saber exactamente a qué se está refiriendo (y tener las pruebas de lo que denuncia).

Hoy vemos que con suma facilidad, en todos los ámbitos de la vida, con la mano en la cintura decimos que fulano es un mentiroso, un ladrón o un tonto de remate sólo porque no nos gusta lo que dice, lo que hace o cómo se comporta, o no se aviene a acatar lo que nosotros pensamos.

La palabra, señores, es un arma poderosa, letal inclusive, pero también lo más humano que tenemos y debemos saber usarla con propiedad y prudencia. No sea que nos hagan tragárnoslas.

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