La tía Daniela

En esos secretos a voces que corren entre las bocas familiares, encontramos todas aquellas historias de amor que de alguna manera se convirtieron en las nuestras...

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En esos secretos a voces que corren entre las bocas familiares, encontramos todas aquellas historias de amor que de alguna manera se convirtieron en las nuestras. Pensemos que hubo un punto en la vida en el que los ejemplos y las vivencias inmediatas fueron nuestros modelos amorosos a seguir. Desde conocer muy de cerca la historia de nuestros padres, hasta pedir la repetición narrada de cómo se conocieron los abuelos, cómo fue el cortejo, quién le habló a quién, y para quién fue el primer te quiero. Nos repetimos en el amor.

Existen por supuesto las otras historias; como el caso de La tía Daniela (1990). Angeles Mastretta, su autora, extiende las siguientes palabras con las que inicia el relato: “La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota”. En su historia el encanto exterior se hace presente hasta el punto de cambiarle los días, los meses, los ánimos y el alma. Recalquemos que la tía Daniela era sumamente inteligente, por lo que los hombres dudaban en acercarse y toparse con un monstruo dulce que pudiera resultar inalcanzable e intelectualmente lejano, aun cuando sabemos que los corazones son universales y se reconocen.

Naturalmente apareció alguien, y la tía Daniela “lo quiso convencida de que Dios puede andar entre los mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse”. Se trata de un hombre que fue a su encuentro para cambiarla sin temores, sin tiempos y sin palabras que sirvieran de promesa. La ausencia del hombre se tornó en el aspecto violento del querer. La tía Daniela ya no comía ni hablaba, y había perdido también la habilidad para mantener los ojos vivos, brillosos. 

Envejeció prematuramente, el cuerpo se tornó pesado como quien lleva los recuerdos sobre los hombros, y en las manos la falta de entendimiento y consideración hacia los corazones rotos. Pero el tiempo cura, lo sabemos. Habría que recordar también, y la tía Daniela lo supo, que el tiempo todo lo regresa.

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