Tibia respuesta a la propuesta de reforma energética

Si encuentran petróleo, es de los inversionistas. Si no, asumen estoicamente sus pérdidas financieras y se van a otro lado.

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Una corporación petrolera, cuando quiere trabajar en algún territorio de este ancho mundo, se presenta ante las correspondientes autoridades y les manifiesta abiertamente su intención, aviesa de necesidad, de apropiarse pura y simplemente del petróleo que pueda hallarse en yacimientos superficiales, hondos o profundísimos, según el caso, y, una vez concertada entre las partes la cesión de esa riqueza que está ahí, en el subsuelo, se mete a explorar, primeramente, para comprobar si, en efecto, el prometido tesoro es tan colosal como le han dicho y, de comprobarse fehacientemente su existencia, emprende entonces las muy dificultosas tareas de extracción tras lo cual, si cuadran los números —es decir, si la cantidad de nafta es tan abundante como para justificar el esfuerzo— comienza a vender directamente el crudo o, mejor aún, a procesarlo en plantas propias, o de terceros, para convertirlo en gasolinas de diverso octanaje y obtener así mayores ganancias luego de lo cual, según lo pactado en los contratos que ha celebrado con el respectivo Estado nacional, le paga un porcentaje de lo ganado y sanseacabó. 

Según parece, el modelo es beneficioso para unos y otros. Eso sí, el riesgo de que las cosas no salgan como previsto no lo corre la nación soberana involucrada en el trato sino los inversores, locales o extranjeros, que hayan comprometido sus capitales en la empresa. Si encuentran petróleo, es de ellos. Si no, asumen estoicamente sus pérdidas financieras y se van a otro lado. 

Pues bien, en estos pagos no hacemos acuerdos de esta naturaleza no sólo porque nos lo prohíbe doña Constitución sino porque la mera idea de transferir la riqueza nacional, patrimonio de todos los mexicanos, a individuos particulares cuya intención declarada es ganar dinero nos parece indebida, impropia, perjudicial, antinacional, antipatriótica e improcedente. México no es como los demás países del mundo. Es diferente: su petróleo vale más que todos los otros petróleos y no puede ser ofrecido a particulares de ninguna procedencia. Pero, hay algo más: nuestra gran empresa petrolera paraestatal debe traspasarle a papá Gobierno una cantidad exorbitante de recursos, algo que ninguna corporación del mundo haría porque, como les decía yo a ustedes, esa gente, la que invierte su plata de sus bolsillos en acciones de una compañía, lo que quiere, antes que nada, es obtener beneficios en vez de repartir sus ganancias a la fuerza para llenar las arcas del erario.

Ni la Bolsa mexicana ni los mercados financieros han recibido con desbordado entusiasmo la propuesta de reforma energética de nuestro Gobierno. Su respuesta ha sido más bien tibia, por decirlo de alguna manera. Supongo que, a falta de acuerdos como los que se celebran en el resto del planeta, esperan poder dilucidar, en su momento, la maraña de leyes secundarias derivadas de la tal reforma para comenzar a aplaudir. Bueno, algo es algo. 

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