Nadie puede sustraerse al horror causado por la violencia en estos días en nuestro país. Sería inhumano, egoísta, perverso que lo hiciéramos, incluso los que por fortuna todavía gozamos de relativa tranquilidad como los yucatecos.

Nos horroriza ver la barbarie ocasionada por la violencia en nuestro país. 

Mexicanos masacrados con saña inaudita que son ciudadanos como lo somos nosotros. Son padres e hijos de familias las cuales lloran hoy la pérdida o desaparición de sus seres queridos sin alcanzar a comprender las razones de tales hechos. Todos los mexicanos debemos acompañarles en la tristeza y en la indignación.

Es como en la novela “Por quién doblan las campanas” de Hemingway;  uno no debe preguntarse por quién suenan, el tañido es para todos. Así es la violencia, a todos nos afecta.

No es, desde luego, momento de insensatez. La gravedad del tema rechaza tratar de sacar “raja partidista” de la desgracia. Se me dirá que quienes hoy son autoridad federal lo harían si fueran oposición. No lo sé y no debe interesarnos. Otro será el momento para evaluar la eficacia de una administración pública. Lo que debe ocuparnos ahora es que gobierno, partidos y sociedad en conjunto exijamos esclarecimiento de hechos, rechacemos impunidades, se deslinden responsabilidades y sobre todo acordemos  bases para evitar el avance de la violencia. Lo imponen el decoro y el bien de todo México. Tampoco se debe permitir la justicia por propia mano –aspiración anárquica- que sólo generará más caos y degradación.

Ninguna reforma estructural o avance democrático serán exitosos si la violencia y la impunidad siguen creciendo. Urge que todos los actores políticos –del signo que sean– acuerden acciones concretas para revertir estos males. Sólo así detendremos los radicalismos, la anarquía y  la violencia. De otra manera ninguna de nuestras familias estará a salvo de la barbarie.