Trabajo, palabra difícil de realizar

El trabajo en los días que corren y ante la situación de crisis económica es considerado una “emergencia mundial”.

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Trabajo y empleo son dos palabras prácticamente sinónimas, aunque cada una tiene sus propias connotaciones: la semana pasada hablamos de los orígenes y los significados de trabajo y de su cuota intrínseca de sufrimiento. Dijimos entonces que el término da para más.

Algunos de los aspectos que hoy queremos destacar respecto de esta palabra, antes de entrar a la de su casi sinónima empleo –que será tema de próximo trabajo– es que hay diversos tipos de trabajo: asalariado, ad honorem, físico, intelectual, autónomo, productivo, ilegal (como el de los narcotraficantes y los proxenetas o los ladrones).

Dicen que el trabajo enaltece al hombre, pero no se debe tomar tan al pie de la letra este aforismo. Hay, desde luego, trabajos que hacen grande a quien lo ejecuta, por ejemplo el del maestro Pedro Carlos Herrara, director de la Orquesta Típica Yucalpetén, o de Cecilio Perera Villanueva, guitarrista yucateco de alcances mundiales; el del maestro Fernando Castro Pacheco, recientemente fallecido y que llenó de luz y color todo cuanto tocó su pincel de privilegio.

Pero quizá no podamos decir lo mismo del hombre que limpia sumideros, del recolector de basura o de quien recolecta las miasmas en los chiqueros y gallineros en las granjas. Tampoco se puede decir que sea muy enaltecedor el trabajo de las mujeres que, la mayor parte de las veces, asaeteadas por el hambre, se ven obligadas a vender su cuerpo para subsistir, o el propio hombre que las explota.

Sin embargo, todos los mencionados, los de los músicos, los pintores, los poetas, los sabios y los científicos, y los de aquellos explotadores de la pobreza y quienes deben remojarse en excrementos para sacar el pan requieren esfuerzo físico y/o mental y son, por tanto, trabajos. No obstante,  el hombre que crea belleza y el que limpia sentinas y fosas sépticas o la señora que vende frutas en las esquinas o la que barre en las oficinas y asea los baños hacen un trabajo digno de respeto, aunque en el caso de los primeros es más fácil también la admiración, lo que no se puede decir de quienes asesinan, trafican con drogas, explotan mujeres y niños, cuyo trabajo cae en la denominación de sucio.

El trabajo, en los días que corren, y ante la situación de crisis económica y sacudimiento de las estructuras y los paradigmas industriales que se vive en la mayoría de los países, es considerado una “emergencia mundial” por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), de la cual hablamos la semana pasada.

Hoy –y lo vemos en México con singular gravedad– lo que más cuesta trabajo es conseguir un trabajo. Una de las metas de los llamados Objetivos del Milenio de la ONU es el pleno empleo y el trabajo decente para todos y así quedó establecido en 2007 en el documento que recoge las buenas intenciones de los países firmantes.

El desafío del empleo, señala el organismo, variará en función de las regiones y de los países, en parte a raíz de las diferencias en la dinámica poblacional. Los países menos adelantados, por ejemplo, registran las mayores tasas de crecimiento demográfico, y triplican las de otros países en desarrollo. Se calcula que su población, de la cual 60 por ciento es actualmente menor de 25 años, se duplicará y alcanzará 1,670 millones de personas en los próximos 40 años. Por ese motivo, el desafío relativo a la creación de empleo será particularmente intenso en esos países, y es probable que alimente los ya elevados flujos migratorios entre los países y en el interior de los países. 

No obstante, admite la propia OIT, esa meta parece cada día más lejana, sobre todo en los países pobres, donde el ingreso per cápita no rebasa los dos dólares diarios. Los 3,600 millones de personas que, según cálculos de la OIT, deben sumar la población económicamente activa en 2020 tienen un negro panorama en lontananza. Ojalá que no sea así, aunque lograrlo nos de trabajo a todos.

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