La tragedia del Chapecoense
El mundo se congeló con la noticia de que la aeronave se había estrellado contra un cerro.
Eran los últimos minutos del lunes cuando comenzaron a circular noticias sobre la tragedia del Chapecoense. Primero se supo que su avión, el cual se dirigía a Medellín para que el club disputara la final de la Sudamericana, perdió comunicación con la torre de control tras reportar fallas eléctricas. Minutos después, el mundo se congeló con la noticia de que la aeronave se había estrellado contra un cerro. En el lugar fallecieron 71 personas que sólo anhelaban disfrutar del partido más importante de sus vidas.
El sueño culminó antes del silbatazo inicial. A partir de ese momento, la inmediatez y densidad con la que actualmente fluye la información permitió acercarnos a las historias de las víctimas, al grado que parece irracional la forma tan súbita en la que un ambiente de fiesta terminó con tonos fatales.
Quienes hemos tenido un accidente grave pudimos recordar el terror que se siente en escenas como ésta. En lo personal (sin comparar magnitud ni circunstancias de la tragedia) me sentí remitido al accidente carretero que viví hace algunos años, casualmente por estas fechas: un grupo de estudiantes volvía a Mérida después de una inolvidable visita a Guadalajara y a su feria del libro. Nada podía salir mal, el regreso siempre es lo más fácil. Eran las cuatro de la mañana, todos descansaban en el autobús cuando de repente un insostenible estruendo los despertó de golpe. Por el movimiento parecían caer al precipicio, muchos gritaron y las cosas salieron disparadas, las luces se fueron y la gente quedó tumbada en el piso. Tras unos segundos, entendieron que el autobús había chocado contra un tráiler, así que bajaron con desesperación para auxiliar a los heridos... El tiempo pasa pero cada que tomo un autobús todavía recuerdo esta escena.
Que Dios bendiga a quienes murieron en la tragedia del Chapecoense. Ojalá y ahora descansen en un lugar tan hermoso como un estadio lleno en una noche de futbol.