Trump y los 'nuevos arios'
Los estadounidenses son una sociedad políticamente muy dividida y que realmente no supieron diferenciar entre dos candidatos, una mala y el otro pésimo...
La ficción se hizo realidad y el martes de la semana pasada, de forma casi increíble, el “bocazas” gringo Donald Trump, literalmente “trumpeó” a su rival Hillary Clinton, y se convirtió en el presidente electo de los Estados Unidos. Si los dioses no son misericordiosos, el sujeto del pelo “color zanahoria” tomará posesión en enero próximo y, ahora sí, a temblar todo mundo.
Pero, ¿cuáles serían las causas por las que el millonario estadounidense, que hasta ocultó pagos al supuestamente implacable sistema fiscal de ese país, llegará a ser considerado el hombre más poderoso del mundo?
La verdad es bastante complejo el panorama pero, en opinión de este humilde escribidor –casi nunca lo hago en primera persona-, el triunfo del llamado “impresentable” simplemente se debió a su procaz y ofensivo discurso de revalorizar el sentimiento más profundo anglosajón que palpita en millones de ciudadanos de los Estados Unidos, algo así como la raza aria que tanto evocó Adolfo Hitler, en la Alemania de las décadas de los 30 y 40.
Si más o menos siguieron las noticias antes y después de las elecciones gringas, cientos de infantes lanzaban gritos de apoyo hacia Trump como si, en realidad, supieran lo que hacían. Muy probablemente no, pero sus padres que los llevaron a mítines del abanderado republicano sí tuvieron la mente clara, aunque de allá se puede generar un grave problema a futuro.
Los padres prácticamente incitaron a sus chavillos a gritar consignas en favor del tipejo y siempre con el sentimiento de superioridad. O sea, en términos generales, aquellos infantes que aprobaron inconscientemente a Trump son los clase-medieros, de ojos claros o azules, piel blanca y provienen de familias que, por equis motivos, fueron desplazados en sus centros laborales por gente de color, de origen asiático o bien, por los llamados “grasientos mexicanos” que cruzan la frontera de manera ilegal y que chambean para ganarse la vida dónde y cómo sea.
Luego entonces, los “invasores” dejaron en algún tiempo desempleados a los padres y madres de los nuevos arios y eso es más que una mentada de madre. Se juega auténticamente con el bienestar mediano de las familias netamente estadounidenses, las que nacieron allí, olvidándose muy probablemente que sus ancestros más inmediatos eran migrantes irlandeses, ingleses, escoceses o de alguna parte del mundo donde los “hueritos” eran considerados, como en su momento en Yucatán con los hacendados henequeneros, una especie de “Casta Divina”. También supo sacar provecho de los migrantes ya residentes que, por temor a perder sus propios beneficios, ya no quieren más flujo de paisanos. ¿Ustedes creen que en Florida, tierra de refugiados cubanos, los detractores de Fidel Castro quieren más visitantes de la isla? De ninguna manera. Los cubanos fugados llaman “flojos” y “bandidos” a los propios desertores. Aquellas épocas de solidaridad, se acabaron. Si no lo creen, pregúntenles a los residentes en Cuba que añoran migrar a tierras del Tío Sam. Ni sus parientes los quieren ya. Pues de esa clase de migrantes se valió Trump.
Simplemente, los estadounidenses son una sociedad políticamente muy dividida y que realmente no supieron diferenciar entre dos candidatos, una mala y el otro pésimo. Tal cual como van a devorar sus cochinas hamburguesas gringas, llenas de colesterol, los votantes de ese país se inclinaron por un tipo que supuestamente los convenció de que es momento de regresar a esa “superioridad” perdida ante el mundo. Sí, probablemente, pero los sufragantes se olvidaron que no todos son hueritos y de ojos azules; la nación gringa está integrada por millones de migrantes desde las épocas de Pocahontas.
Allí conviven, les guste o no, chinos, negros de cualquier parte de Africa, mulsumanes, árabes y latinoamericanos, entre otros lotes de razas y genes.
Por eso no sería nada raro constatar, en poco tiempo, que algún chiquillo con rasgos ario-hitlerianos someta o amenace con armas a infantes de su misma edad y les eche discursos racistas y llenos de resentimiento y odio que, quizá, no sean tales, más bien sentimientos encontrados que aprovecharon de sus mismos padres que sí votaron por el “Pato Donald” en su versión naranja.
Sólo basta recordar que en 1933, un país grande, poderoso y supuestamente venido a menos, votó por un tipo menudito, con cara de perro frustrado y, eso sí, altas dotes histriónicas: Adolfo Hitler. ¿Y qué sucedió poco tiempo después? Pues todos los saben –y los que no, pues qué pena-: la hecatombe mundial de 1939 a 1945. Hitler promovió la superioridad de la raza aria, casi como extraterrestre (bueno, Jaime Maussan diría que los marcianos son verdes o amarillos, depende de cuántos tacos se haya despachado ese farsante merolico), la de las personas blancas, hueritas y de ojos claros; persiguió a los judíos porque, supuestamente, se habían adueñado de la riqueza alemana desplazando a los nativos y pagándoles salarios miserables. Por si fuera poco, Hitler sentenció a los judíos como los eternos pecadores por haber mandado a Jesucristo al matadero. Y la campaña del chaparrito nacido en el territorio del imperio austro-húngaro, le salió a la perfección.
Años después, hasta los propios “arios” descubrieron que habían llevado al poder a un auténtico fascista que, en términos más coloquiales, sería un desdichado infeliz. En maya sería un “mactá”, algo parecido a “come-mierda”.
Por el momento, no hay vuelta de hoja: millones de gringos votaron por un sujeto que, para empezar, no sabe nada de la más elemental política y diplomacia. Imaginemos si determinado día se reúne con el Papa Francisco, digamos, en El Vaticano. El magnate sería capaz de querer salir a dar su discurso en la mera Plaza de San Pedro o, mínimo, en el balcón papal. ¡Plop!
Ciertamente, el bocazas hecho presidente electo no podrá cumplir todas sus amenazas como, por ejemplo, deportar a todos los migrantes –si son mexicanos, mejor-, construir el famoso muro fronterizo con capital del Gobierno de Enrique Peña Nieto o del que le suceda a partir de 2018 o acabar con todo el terrorismo mundial a punta de bombazos. En efecto, no podrá concretar sus sueños más húmedos, ¡pero definitivamente algo hará! Y eso es lo preocupante. Cuándo, cómo y dónde sólo el “anaranjado” lo sabrá. Pero nos despertaremos con las sorpresas a partir de enero de 2017. No lo duden.
Y si preguntan por qué la moneda mexicana está devaluada a raíz del triunfo de Trump, también es sencillo. México carece de un gobierno fuerte que aplique estrategias acorde a la propia realidad nacional. Lamentablemente cuando a los gringos les da catarro, los mexicanos sufren pulmonía.
Amiguitas y amiguitos, ya saben: sugerencias para encomendarnos a los santos habidos y por haber, porque ahora sí estaremos fregados: tan lejos de Dios y tan cerca de Trump y su nueva “raza aria”, enviarlas a [email protected] y/o [email protected]