La ciencia y la tecnología no solo nos revelan cosas nuevas sobre el universo y nos dan herramientas para hacer cosas que antes parecían imposibles (curar infecciones, volar, comunicarnos a distancia). También modifican decisiva y tajantemente la forma en que vivimos.

Desde el lunes pasado causa polémica el caso de la maestra Idalia Hernández Ramos, del CBTIS 103, en Tamaulipas, insultada en Twitter por la alumna Marina González. La maestra, al enterarse, decidió dar una clase sobre la agresión en las redes sociales y los derechos personales, y pidió que fuera grabada. Pero al reprochar a la adolescente por la agresión, la profesora perdió el control y terminó amenazándola y humillándola. El video fue subido a internet y en cuestión de horas se difundió viralmente.

Hay quien se pone del lado de la maestra; otros la condenan. El resultado hasta el momento es que la profesora fue retirada de su clase y transferida a labores administrativas, y Marina fue suspendida.

El caso demuestra el poder y el peligro de las redes sociales. La posibilidad de expresar instantáneamente nuestras ideas, y la facilidad y velocidad con que se difunden hacen que internet cause verdaderas desgracias (divorcios, expulsiones, despidos) antes de que quien publicó la información se dé cuenta de lo que está pasando.

El problema con las redes sociales es que son lo más parecido que hay a la telepatía. Podemos comunicar instantáneamente lo que pensamos, antes de tener tiempo de reflexionarlo. Y como bien han mostrado los escritores de ciencia ficción, la telepatía puede ser una maldición.

¿Quién no tiene una anécdota de un pequeño o gran problema causado por un correo electrónico, mensajito, tuit o foto en Facebook?