Este sábado celebro un año de compartir contigo diversas escrituras y lecturas.

Un año en el que hemos charlado en torno a variados géneros literarios, distintos autores, conjuntos de características, de temáticas, de ideas. Un año de crecimiento, línea a línea, como lectores.

En las celebraciones nos reunimos con alegría, recordamos, hacemos futuros planes, damos reconocimiento a todo aquello que nos ha permitido el motivo de la celebración.

Por estas razones, me reúno escrituralmente contigo, voy recordando cada uno de los textos que sábado a sábado hemos compartido, recuerdo circunstancias que han permitido contextualizar cada uno de los escritos redactados, hago planes pensando en un sinfín de posibilidades editoriales, y extiendo un merecido reconocimiento a todos y cada uno de los que han hecho realidad este proyecto periodístico.

Leo el primer texto que envié para su publicación en esta columna, y encuentro una referencia a Rosa Montero, escritora y periodista. Me dispongo entonces a dibujar un círculo literario, un círculo lector, uniendo aquel primer texto con éste.

Uno de los libros de la autora mencionada líneas arriba se titula La loca de la casa (2003); frase que hace alusión a la expresión que otra mujer escritora, Teresa de Jesús, utilizara para referirse a la imaginación humana.

En nuestros posmodernos días la imaginación ha recobrado muchos de sus positivos valores, se le sigue vinculando al arte y a la creatividad, al mismo tiempo que se le descubre en la ciencia y en la filosofía.

Los seres humanos nos distinguimos por muchas características; una de las más valiosas, desde mi punto de vista, es nuestra capacidad para imaginar, a la que concibo muy cercana al deseo y a la ilusión. Así que quisiera hoy imaginar, que cada uno de los lectores que han convivido durante estos sábados con mis escritos, tiene ante sí el mejor regalo por ellos imaginado.