Lástima que la mayoría de quienes tuvieron la oportunidad única de asistir al cambio de era en el calendario maya se hayan circunscrito al espectáculo y el folklore –hechos para consumo del turismo- y no se hubieran parado un momento a meditar sobre lo que esta ocasión histórica significa: la oportunidad de renovar el pensamiento individual y colectivo, prepararse para un tiempo nuevo y  enmendar lo mal hecho que es mucho, en lo personal y lo social.

Lástima también que la mayoría de los medios de comunicación de fuera –inclusive algunos muy serios como El País- vinieran a Yucatán en busca del espectáculo, el sensacionalismo y la explotación del morbo,  y que pensaran que iban a hallar a miles de mayas desesperados ante el inminente fin del mundo profetizado, quién sabe quién se los dijo a aquéllos, por los ancestros.

Quienes con esos afanes llegaron de fuera, desde luego, se llevaron un chasco. El 21 de diciembre, en las comunidades rurales de Yucatán fue un día cualquiera, sin mayor preocupación  por una avalancha de catástrofes que borrarían de la faz de la Tierra cualquier asomo de vida. No obstante, si usted lee las crónicas de lo acontecido en la tierra del Mayab, mayormente tiene un dejo de desilusión al no cumplirse lo que esperaban ver.

Los periodistas llegados de fuera preguntaban si los mayas habían manifestado miedo a las catástrofes que se avecinaban y se consideraban desilusionados cuando comprobaban la verdad de los hechos. Hay la conciencia de un cambio de era, pero eso de ningún modo significa que la muerte se va a enseñorear del mundo.

No cabe duda, hubo un Baktún mediático que nada tiene que ver con la cultura y menos con la realidad del maya.