Un diálogo aparte
De pronto sola, sin saber si amanecía o anochecía, en un concierto entre copas medio vacías, la calma le invadió y le robó una sonrisa.
Sus ojos siempre dicen una cosa y sus labios otra, “para”, por ejemplo, pero su cuerpo, su cuerpo siempre fue un diálogo aparte, mientras apuraba el vino sobre su garganta, volviendo esclavo al momento que caía rendido ante sus muestras de cariño, antes de olvidarle.
El sonido agudo de las copas al pensar y el vacío que el silencio desborda decoraron el instante en que su nombre ya no rasgaba la calma en la penumbra de la noche o del amanecer, ese instante en que su mirada se entrecerró acostumbrándose a su reflejo abandonado en el espejo, entre las cortinas, o contra la pared.
No fue necesario morir para conocer el infierno o el cielo al mismo tiempo, y volvería a hacerlo, sin duda, quizá en otra vida, quizá como esfinge o como un libro de poesía, pero hoy en silencio permite que su sombra palidezca distanciada de su cuerpo, recelosa y moribunda, cautelosa y taciturna, abandonándole, caprichosa.
De pronto sola, sin saber si amanecía o anochecía, en un concierto entre copas medio vacías, la calma le invadió y le robó una sonrisa, permitiendo que lo inevitable sucediera, dejando que el último adiós desapareciera de cualquier parte de su cuerpo, de sus sueños inclusive, sin culparse, sin culparle, adorándole, mientras sus ojos decían una cosa, pero sus labios otra, “para”, por ejemplo.