Un idioma es una tradición
“Piensan (los jóvenes) que si dicen lo que quieren la gente se va a dar cuenta que es una bobería, entonces buscan ser arcaicos o modernos o contemporáneos cuando ya somos modernos, no hay por qué buscarlo”. dijo Jorge Luis Borges
En abril de 1980, estando Jorge Luis Borges en España para recibir el premio Miguel de Cervantes, fue entrevistado en televisión por el periodista español Joaquín Soler Serrano.
En la entrevista, memorable por muchos motivos, un Borges que ronda los ochenta años brilla con una lucidez que personifica el ideal de Gracián: “Entendimiento sin agudeza ni conceptos es sol sin luz”. Al mismo tiempo vemos al personaje cordial y sencillo, lejos, por cierto, del barroquismo conceptista del sabio aragonés.
Soler se apoya en los mismos textos de Borges para formular sus preguntas y describe esa preceptiva que el escritor dice no tener, quizá, simplemente, por sus buenos modales. A golpe de citas van saliendo las preguntas: “No soy poseedor de una estética, el tiempo me ha enseñado algunas astucias”.
Cuando cita “preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas” como una tendencia de los jóvenes, Borges contesta que “son tímidos, piensan que si dicen lo que quieren la gente se va a dar cuenta que es una bobería, entonces buscan ser arcaicos o modernos o contemporáneos cuando ya somos modernos, no hay por qué buscarlo”. Y al recordarle la frase:
“Simular pequeñas incertidumbres, ya que si la realidad es precisa la memoria no lo es”, Borges responde con picardía: “Sí, yo creo que es una fuerza; el hecho de no recordar muy bien algo quiere decir que algo ha existido y que ha sido recordado y olvidado.
Es una pequeña astucia”. Soler le resume los “mandamientos” de su estética en sólo dos: que “las normas anteriores no son obligatorias y que el tiempo se encargará de abolirlas”.
Por cierto, es en esta entrevista en la que un Borges renuente a la novela –dice frecuentarla poco- confiesa con ese argumento no haber leído a Cortázar y afirma que “Cien años de Soledad” de García Márquez es uno de los grandes libros de la lengua. Repite algo que aprendí hace mucho del mismo Borges: “Alfonso Reyes escribió mejor que nadie”.
En el prólogo a El Oro de los Tigres, Borges descree de las escuelas literarias a las que llama “simulacros para simplificar lo que enseñan” y confiesa: “Si me obligaran a declarar de dónde proceden mis versos, diría que del modernismo, esa gran libertad que renovó muchas literaturas cuyo instrumento común es el castellano…” ¡Aleluya! Al fin y al cabo memorizar a Rubén Darío, aunque sea para recitarlo en la escuela, algo nos habrá dejado.
En el mismo prólogo comenta que un idioma “es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos”. Lo que nos recuerda nuevamente a Gracián: “El mejor libro del mundo es el mundo mismo”.
Por ello Borges dice que sus influencias son, primero, “los escritores que prefiero…luego, los que he leído y repito; luego los que nunca he leído pero que están en mí”. Y cómo no sentirlo cuando le hace decir a Macbeth: “Maté a mi rey para que Shakespeare / Urdiera su tragedia”.