Un morrocotudo problema llamado Pemex
Muy pronto, el cliente principal de Pemex, Estados Unidos, dejará de comprar el crudo mexicano porque será totalmente autosuficiente.
Houston, tenemos un problema. Se llama Pemex. No es de ahora, sino que comenzó muchos años atrás. Así son las cosas en este país, me apena decirlo. Miren, para mayores señas, cómo nos acomodábamos, con tan despreocupada alegría, a la corrupción, al corporativismo, a la mediocridad, al trapicheo y a la manipulación de la justicia, entre muchas otras anormalidades que nos parecían perfectamente naturales. Hasta que, un día, nos despertamos y nos dimos cuenta, horrorizados, de que la patria se había llenado de asesinos sanguinarios, de secuestradores y de viles rateros.
Pero, a estas alturas, seguimos sin establecer una relación entre una cosa y la otra. Cuando ves que un agente de la Policía Federal tira basura en la carretera con el mayor desparpajo, ahí mismo deberías de estar advirtiendo la semilla del mal. No pasa nada, sin embargo, a nadie le llama la atención.
La infracción perpetrada por el mismísimo representante de la autoridad, que debiera ser el primero mostrar una conducta absolutamente ejemplar, pasa desapercibida y la gente, lo repito, no advierte que esa perpetración de un quebrantamiento menor de los reglamentos lleva directamente a la consumación de delitos mayores porque en ambos casos hay desobediencia, nulo civismo y abierto desacato. Hay excesos mucho peores perpetrados por esos mismos policías, desde luego —complicidades con los delincuentes, extorsiones a ciudadanos indefensos y robos descarados— pero, lo repito, si no te escandalizas por esas aparentes nimiedades (México está salpicado de basura de la cabeza a los pies y esto tampoco parece importarle a nadie) entonces no tienes por qué sorprenderte cuando la podredumbre termina por alcanzarte a ti de la manera más brutal y aterradora.
Volviendo al tema de Pemex, es lo mismo: llevamos años enteros sabiendo de corruptelas, jovenzuelos que conducen Ferraris, plazas que se venden, líderes sindicales que se eternizan, transportistas que se reparten el pastel de la distribución de combustibles, ineficiencias descomunales, criminales dispendios, descuidos, fondos manejados discrecionalmente y, de pronto, cuando la empresa está totalmente quebrada y que se necesitarían colosales sumas de dinero para ponerla nuevamente a flote, resulta que nos espantamos de que pueda ser intervenida, así fuere mínimamente, por inversores privados.
Como si ahí estuviera el problema de fondo de una corporación que ha sido auténticamente saqueada y que le proporciona dinero fácil a un Gobierno que no ha aprendido siquiera a cobrar impuestos a sus ciudadanos y a contener a los grupos monopólicos.
Muy pronto, el cliente principal de Pemex, ese Estados Unidos donde a nadie le parece antipatriótico que los capitales privados participen en la explotación del petróleo, dejará de comprar el crudo mexicano porque será totalmente autosuficiente. A ver a quién le vendemos nuestros tesoros, entonces. Houston, tenemos un problema. Se llama Pemex.