Un “no rotundo” del PRD

Los críticos de la iniciativa planteada por Peña Nieto le reprochan esa vuelta al pasado.

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Responde el PRD, antes de siquiera presentar su propia propuesta energética: un “no rotundo” a lo que plantea el presidente Peña Nieto. Y, según Alejandro Encinas, senador del partido del sol azteca, el rechazo ha sido de tal manera consensuado entre Cuauhtémoc Cárdenas y el resto de las huestes perredistas que la unanimidad es total: no se escucharán voces divergentes ni habrá tampoco la más remota expresión de acercamiento a un “postura oficial” satanizada desde ya.

Los adjetivos son lo debidamente tremendos: la iniciativa de Peña busca “privatizar lo que es dominio de la nación” y, por si fuera poco, “aniquilar a Pemex”. Y, una vez destruida la gran corporación paraestatal, se abrirá la puerta a empresas trasnacionales e inversionistas nacionales. Un plan maestro, vamos. Una oscura maquinación para favorecer a los poderosos de fuera y de dentro.

Ah, y para dejar bien claro el tono patriótico de la resistencia, qué más que poner al frente de las hostilidades al mismísimo heredero directo de la colosal figura histórica que protagonizó la madre de todas las nacionalizaciones y cuya heroicidad está fuera de cualquier duda o cuestionamiento: el antiguo gobernador priista de Michoacán va a encabezar la mesa de propuestas perredistas y cualquier posible programa deberá ser certificado por su persona.

En lo que se refiere a los próceres intocables, Lázaro Cárdenas “pertenece al pueblo de México”, nos avisa Carlos Navarrete, “y la pretensión del gobierno de tomarlo como estandarte va a ser una pretensión fracasada”. 

Por lo que parece, el antiguo presidente priista no tiene ya nada que ver con el PRI del siglo XXI aunque la reforma propuesta por el actual gobierno pretenda, entre otras cosas, una suerte de restauración del orden cardenista de 1938. 

Los críticos de la iniciativa planteada por Peña Nieto le reprochan, justamente, esa vuelta al pasado y cuestionan la presunta falta de audacia que implica tal retorno.

Pero, a nuestros perredistas no les ha convencido la reconstrucción de ese mundo antiguo que tanto parecen añorar cuando son ellos quienes se adelantan a promoverlo. Tan despojados se sienten de sus símbolos que denuncian, miren ustedes, la espuria apropiación de una bandera -la palabra “estandarte lo dice todo- que les pertenecía casi en exclusividad en su condición de fieles guardianes del templo de la riqueza petrolera nacional. 

Si el propio Lázaro Cárdenas planteó en algún momento que Pemex fuera un motor del desarrollo nacional en alianza con los empresarios mexicanos, eso no se puede reciclar dentro de una propuesta de modernidad porque significa, curiosamente, una maligna “privatización”.

Y de ninguna manera es Cárdenas el que va a vender la patria a través de personas interpuestas, sino que los traidores y los entreguistas son aquellos mismos que pretenden retomar sus propuestas originales.

O sea, que la función del “estandarte” cambia según sirva para promover medias verdades y mitos trasnochados o para tratar de transformar un sector energético que, lo menos que se puede decir, nos ofrece un panorama desolador: Pemex, así como está, no es una empresa atractiva para ningún inversionista de ninguna proveniencia, venga de China o de Marte. 

Y el mero saneamiento de la corporación implica un esfuerzo descomunal, siendo que tampoco tenemos demasiado claro el tema de la recaudación fiscal: sabemos que el gobierno exprime inmisericordemente a la empresa pero, ¿si la deja reinvertir sus ganancias, de dónde va entonces a sacar recursos? 

Y, suponiendo que le aplicaran un régimen fiscal menos asfixiante a Pemex, ¿qué va a hacer en primer lugar? ¿Usar los fondos obtenidos para cubrir sus gigantescos pasivos laborales? Pues, si lo hace, no podrá invertir en exploración de nuevos yacimientos. 

¿Reconstruir su desvencijada infraestructura? Eso toma mucho tiempo y los beneficios serán a largo plazo. ¿Edificar refinerías para producir gasolinas más baratas? Cuando lo logre, el combustible le seguirá costando lo mismo a los consumidores porque el gobierno dejará de dilapidar esos 60 mil millones de pesos (buena falta que le harán) que destina ahora para rebajar artificialmente el precio de cada litro.

El tema, señoras y señores, es complicadísimo. Lo de menos, es permitir que algunos empresarios audaces quieran invertir sus dineros en una corporación arruinada.

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