Un nuevo lenguaje para dejar la guerra
A las guerras las absuelve la victoria y las condena doblemente la derrota.
Toda guerra necesita construir las condiciones de su aceptación, hacer sentir en propios y ajenos su necesidad y justificación. También requiere de su propio código y lenguaje, en otras palabras, propaganda.
A las guerras las absuelve la victoria y las condena doblemente la derrota; doble porque muestra que era innecesaria y también ineficaz a los objetivos que se propuso. Así sucedió con la guerra de Calderón, derrota evidente, a grado tal que antes de que concluyera su gestión, el mismo Presidente se hizo el propósito de negarla.
La guerra se perdió, ya que no se pudo restablecer el Estado de derecho y en casi todos lados no pudo regresar la tranquilidad en los territorios de combate. Además, las adicciones aumentaron y los derechos humanos sufrieron una merma; por su parte, las instituciones de justicia y de seguridad se vieron severamente superadas. Las fuerzas armadas también han padecido un desgaste preocupante para todos.
La métrica sobre la violencia se remite a la estadística de ejecuciones, tarea obligada para las autoridades y necesaria para los medios, como lo ha hecho MILENIO desde hace años. La cuestión es que hay que ampliar los instrumentos de evaluación; por ejemplo, es imprescindible un reporte mucho más oportuno y desagregado en materia de adicciones para así dar cuenta de la batalla en el ciclo de acceso al infierno de las drogas legales e ilegales.
Urge un nuevo lenguaje y un nuevo código. Debe reconocerse que ahora se hable de legalidad y debido proceso. Por lo pronto dejar atrás la fiesta de sangre y muerte heredada del pasado inmediato. Acabar con la presentación pública de los detenidos, hecho ilegal e inhumano y que tiene como intención amedrentar a quienes no amedrentan y hacer creer que se está ganando una batalla que está en otro lado.
También debe terminarse con el hábito de remitir a la estadística de asumidos delincuentes muertos en enfrentamientos. La condición de delincuente requiere de una sentencia, no de la declaración de las autoridades en un afán de restar importancia a las inaceptables estadísticas sobre muertos y desaparecidos.