Un problema disfrazado

El ambulantaje es un problema social, no económico ni de imagen urbana, y como tal hay que verlo y combatirlo.

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No se si las autoridades municipales y los dirigentes del comercio organizado de Mérida tienen problemas de deficiente visión nocturna o se hacen de la vista gorda o su horario de trabajo no pasa de las seis de la tarde, pero lo que sí se es que en determinadas calles de esas nueve manzanas del Centro Histórico que dicen que ya están “limpias” de vendedores ambulantes (como si los comerciantes informales fueran cosas sucias) yo sigo viendo en las noches mujeres de las que despectivamente llaman palanganeras.

Sobre el mismo tema, el regidor del PRI, Jorge Dogre Oramas, integrante de la Comisión de Mercados   y, por ende, conocedor el paño,  asegura que el problema se ha agravado en los alrededores de los mercados Lucas de Gálvez y San Benito.

En opinión del edil, el comercio ambulante ha crecido “cinco o seis veces más en la calle 56” a raíz de que se dio como un hecho que las nueve prometidas primeras manzanas del Centro Histórico estaban libres del ambulantaje, lo cual, de ser como lo señala el funcionario, significa que el problema no se resolvió sino sólo se trasladó de lugar.

El problema del ambulantaje en Mérida -igual que en cualquier parte del mundo- no se resuelve con una credencial y un mini crédito -ahora ya existe en la Canacome la sección “palanganeras”, puesto que ya al menos algunas forman parte de ese gremio-, sino con verdaderas opciones de trabajo remunerado.

Quienes se  pasan largas horas a la intemperie vendiendo cualquier clase de comistrajos y bebestrajos o chucherías que les dan sus patronos seguramente no lo harían si tuvieran medios menos inhumanos de llevar el alimento a su familia.

Hay que insistir, el ambulantaje es un problema social, no económico ni de imagen urbana, y como tal hay que verlo y combatirlo.  Que la autoridad persiga a quienes explotan a esos pobres que trabajan en condiciones inhumanas sería el principio de la solución.

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