Una casualidad eterna

Fuimos un par de niños perdidos reencontrándose, con la paz y la gloria, haciendo tregua con la vida y el amor.

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Esa noche, mientras me hablaba de casualidades, acerqué mis labios a su boca, y me robé sus palabras, párrafos, textos completos, sin dejarle mayor opción que dejarse llevar, dejándose llevar, enmudecido, hipnotizado, antes de una historia de dos o tres segundos que tomó más de dos o tres eternidades.
Haciendo alusión a un par de niños perdidos, fuimos dejando migajas de vida, un rastro de nosotros hasta el final de la noche, que nos llevó hasta el final de la alcoba, y de regreso.

Nos extraviamos, refugiándonos en la penumbra, casa de sombras, guarida de amores lejanos o imposibles, nos escondimos un segundo o dos bajo ese breve instante en que muere el sol, entregándose al mar, desapareciendo en el horizonte con un beso de fuego.

Fuimos un par de niños perdidos reencontrándose, con la paz y la gloria, haciendo tregua con la vida y el amor, con la vida y la muerte. Besándolo fui encontrando mi verdadera vocación, en ese abrazo efímero, mientras me desgarraba la piel, mientras dejaba caer mi piel, quedando expuesta.

Fui encontrando la vida mientras se hundía a la deriva, fuera de mi vista, mientras me hablaba de amores, de pasiones de una noche, tan breves que duran toda la vida.  Ya veremos luego a dónde nos lleva ese momento, casual, como le llama él.

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