Una educación “tropical” para sus señorías…
El señor gobernador del estado libre y soberano de Oaxaca tiene enfrente a turbas de maestros amotinados.
Uno de los argumentos que nuestra trasnochada izquierda se deleita en machacarnos es el de esa traída y llevada “diversidad cultural” que, junto con su proposición opuesta, la preciosa singularidad de “lo mexicano”, conforman, juntas y revueltas, la sentencia inapelable de que en este país las cosas no se pueden hacer como se hacen en todos los lados.
Así de especiales —o sea, así de “diversos”— somos. Y, de la misma manera, tan así de únicos —es decir, así de irrebatiblemente diferentes a los demás pueblos del mundo— nos consideramos que, ahí donde los otros tienen modelos exitosos y ahí donde les funcionan sus recetas, pues nosotros no podemos seguir su ejemplo porque, miren ustedes, somos, como decía, diversos y singulares y únicos y especiales. O sea, que somos… mexicanos. Todo está dicho.
Pero, más allá del rancio nacionalismo de la antedicha izquierda, el hecho es que ese culto a la inmutable “especificidad” de lo mexicano es un fenómeno casi universal en nuestro espacio de las ideas. Siempre hemos cultivado, colectivamente, un obstinado rechazo a los arquetipos extraños que, encima, consideramos atentatorios a nuestra “identidad nacional” y, por ahí, hasta violatorios de nuestra “soberanía”.
Por si fuera poco, en México hay lugares donde todo esto –lo singular y lo autóctono, en lo que tienen de valores irrenunciables— es aún más imperioso al punto de que, pongamos, si quieres que en esos pagos se administre la cosa pública como lo dictan las leyes comúnmente aceptadas por la civilización occidental, pues te responderán que el tema no va con ellos, que ahí la realidad es diferente y que a los naturales del lugar hay que respetarlos, sí señor, otorgándoles fueros especiales en plena concordancia con su “idiosincrasia”. ¿Modernidad? ¿Democracia liberal? ¿Sociedad abierta? Para nada. Hay que privilegiar los “usos y costumbres”.
Y, justamente, en uno de esos puntos de la geografía de este país se ha aparecido un gobernador para solicitar que la reforma educativa que México tan apremiantemente necesita para progresar no le sea aplicada a sus rijosos enseñantes sino que sea “tropicalizada” y que se adapte así, suponemos, a una mentalidad esencialmente diferente debida, pues sí, al trópico…
La mera enunciación de tamaña barrabasada –que ni me la creo de tan extravagante que me parece (no encuentro una transcripción literal, en las notas de la prensa)— sería tal vez un toque de color en los aconteceres de una entidad federativa, pues sí, tropical. Pero el señor gobernador del estado libre y soberano de Oaxaca tiene enfrente a turbas de maestros amotinados que están desmadrando perversamente la economía y amenazando la viabilidad misma de la convivencia social.
Es escandaloso que se ponga a gestionar dispensas para unos cuerpos especializados en la más infame extorsión en vez de cumplir con su deber de preservar el orden público y la legalidad. Pobre Oaxaca…