Una historia trágica (II)

Vale la pena darle una hojeada al Programa de reordenación henequenera y desarrollo integral de Yucatán, presentado en mayo de 1984, para entender la realidad del henequén.

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En la revisión de escritos y libros que se han ido acumulando con el paso de los años, me encuentro otro documento de relevancia para quienes se dedican al estudio de los avatares socioeconómicos del Estado: un ejemplar del Programa de reordenación henequenera y desarrollo integral de Yucatán, presentado en mayo de 1984 ante el presidente Miguel de la Madrid y cuya elaboración estuvo a cargo de un grupo en el que entonces comenzaba a despuntar un joven Carlos Salinas de Gortari.

El documento, cuyo principal mérito es un certero diagnóstico de los males que aquejaban entonces a la agroindustria más importante del Estado, incluye largo catálogo de lo que hoy podemos decir fueron buenas intenciones y que tenía como hilo conductor clarificar las relaciones crediticias entre el Banrural (encargado del manejo de presupuestos destinados al campo) y los ejidos de la zona henequenera.

Vale la pena darle una hojeada a ese documento para entender la realidad del henequén, hoy casi extinto (no obstante que el gobernador Rolando Zapata Bello ha destinado recursos a la exigua zona en la que aún se produce y tiene la loable intención de recuperar plantaciones abandonadas y restaurar en alguna medida la industrialización del agave).

El breve espacio apenas nos permite destacar que, no obstante el propósito de reivindicar al ejido como una organización social productiva, hoy no existe en los hechos, ya que se ha pulverizado en parcelas y no cuenta ni como unidad de producción ni como  el medio de control político que fue. De Cordemex sólo quedan vestigios (sus  desfibradoras y ranchos están en ruinas, sus hatos desaparecidos y sus grandes naves industriales cerradas o en otros usos), Banrural no existe, el Fideicomiso Henequenero se extinguió el 31/03/1987, la agroindustria está in articulo mortis y sobrevive importando fibra.

Propongo a los científicos sociales una mesa de análisis de aquel programa del que hoy casi nadie se acuerda. Es necesario porque por ahí se fueron miles de millones de pesos a donde no debían.

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