Una mala y dos buenas

Si bien las elecciones no fracturaron el Pacto, sí produjeron la exigencia por parte de la oposición de que no le entrarán a ninguna discusión sin hablar antes de la reforma electoral.

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Termina esta semana de nuestro verano más movido en años con dos buenas noticias para el gobierno de Enrique Peña Nieto: pasadas las elecciones y a pesar de decenas de predicciones que lo daban por muerto, el Pacto por México ha sobrevivido, así sea en una ruda sesión nocturna el miércoles.

Y la segunda es que Acción Nacional ha puesto en la mesa una agresiva iniciativa de reforma energética que, según lo adelantado por el PRD, pondrá a la del gobierno en medio de dos extremos. Aunque ya nadie duda en las filas peñistas que propondrá una reforma constitucional y que tendrán que juntar votos sin contar los del perredismo en el Congreso.

Termina también con una mala: los tiempos parecen extenderse más de lo que planearon y quisieran. Si bien las elecciones no fracturaron el Pacto, sí produjeron la exigencia por parte de la oposición de que no le entrarán a ninguna discusión sin hablar antes de la reforma electoral, dícese de la creación del Instituto Nacional de Elecciones que sustituya a los institutos locales, muchos de ellos tomados por el gobernador en turno.

Si a esa discusión se aumenta la necesidad por mandato de ley de aprobar leyes secundarias de las reforma de telecomunicaciones y educativa, no parece haber tiempo antes del próximo periodo ordinario para tener la reforma energética. Y si así se decidiera, juntarla con la hacendaria. 

El riesgo del retraso tiene que ver con que la economía sigue estancada, el crecimiento andará en 2.8 anual, y eso pega al nivel de aceptación del Presidente, quien necesita todas sus fichas y capital político para construir el respaldo que una reforma al artículo 27 constitucional necesita. En ese sentido, el adelanto de los panistas de ayer podría resultar buen fusible para que se inicie una discusión pública, que será muy áspera, sin desgastar aún al Presidente.

Pero será inevitable que en ésta, la madre de todas las batallas, el único vocero posible de la reforma sea el Presidente. Por muchas razones, de lo que pase con esa iniciativa depende buena parte del resto del sexenio. 

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