Uno, diez, cien Cuarón

Alfonso Cuarón ha demostrado que el debate público en México puede ir más allá de las descalificaciones a priori, las sospechas ciegas, los escupitajos.

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Apenas va un tercio del año y ya le debemos dos grandes al cineasta Alfonso Cuarón: la alegría que nos trajo su éxito en los Oscar y, sobre todo, haber demostrado que el debate público en México puede ir más allá de las descalificaciones a priori, las sospechas ciegas, los escupitajos.

Como director de excelencia que es, Cuarón dejó la confortable butaca del espectador escandalizado (que tanto seduce a algunos de sus colegas nacionales) y se sirvió de su posición privilegiada para recoger una serie de dudas en torno de la reforma energética. Las estudió y expresó como ciudadano con sentido común y como cineasta conocedor del lenguaje, los símbolos, las emociones.

Me cuesta entender a quienes lo critican por preguntar sobre los beneficios tangibles de la reforma, por compartir sus inquietudes sobre la corrupción en Pemex y el sindicato petrolero, o por solicitar una explicación sobre las medidas que se tomarán para evitar financiamientos ilícitos.

Otra narrativa tendríamos si nuestras figuras globales entraran así a los debates que nos interesan, agobian, angustian. Cuarón puede usar su fama y fuerza para lo que quiera. Qué suerte que eligiera este tema y preguntara en forma tan cuidadosa e inteligente.

Ojalá se multiplique el ejemplo, y que en vez de al lloriqueo, la fraseología y las supersticiones, nuestras estrellas (del espectáculo, la ciencia, las artes…) apelen a la reflexión, busquen la discusión respetuosa y obtengan, como Cuarón, la pronta respuesta del poder.

Ojalá lo que siga a este episodio sean uno, diez, cien Cuarón.

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