Han comenzado a aparecer en el panorama de la macroeconomía en México algunos signos preocupantes. 

La tasa de desempleo ha subido a 4.94% en mayo, la actividad industrial en el primer trimestre disminuyó un 1.5%, la inflación en el mes de abril se situó en 4.6% ubicándonos como el segundo país con mayor variación de precios dentro de las 34 naciones que conforman la OCDE, se ajustó a la baja el pronóstico del crecimiento del PIB para 2013 ubicándolo en poco más del 3%, etc. Esto ya empieza a repercutir en la economía de las familias mexicanas.

Funcionarios explican que se debe al mal entorno económico mundial y al cambio de sexenio que retrasa la fluidez de la obra e inversión pública. Prometen que en el segundo semestre del año la situación debe mejorar.

Si bien pudiera haber algo de razón en estos argumentos, no se puede soslayar que ya son más de 6 meses del cambio en la Presidencia de la República y que la mala situación del entorno económico mundial no es de ahora sino que ha sido una constante en la última década.

Nadie desea ineficacia a este gobierno federal en el manejo de la economía, porque finalmente los ciudadanos somos los afectados y en consecuencia ya urgen acciones concretas.

Uno de los instrumentos adecuados es reactivar el gasto de inversión. No cualquier tipo de gasto. No el que aumenta el costo de la burocracia o dilapida en lo superfluo. 

En este sentido, es adecuado el anuncio de la inversión de más de 300 mil millones de pesos en obras de infraestructura, algunas afortunadamente en Yucatán y particularmente en Mérida. Esperemos que no se pierdan parte de estos recursos en la falta de transparencia. 

Nadie quiere perder lo logrado en la estabilidad económica de los últimos 3 sexenios. En este sentido ya es hora que el ya no tan nuevo  gobierno federal empiece a demostrar que no es “mucho ruido y pocas nueces”.