En la utopía de sus brazos

Me quedo en una estremecedora pausa, con la lluvia agolpándose en mi garganta, con los días acumulándose en la ventana. Me quedo con las ganas de querer dejarlo ir.

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Prefiero el cielo a su lado. Y en lugar de ovejas, me adormecía contando las pecas de sus brazos, siguiendo ese rastro estelar hasta conciliar el sueño, esa utopía que se alcanza de noche. Y así, me enamoré de la gravedad, de las constelaciones que se forman en aquel abismo infinito que es él, ese precipicio que lleva su nombre. Me enamoré de la brevedad de su sonrisa, de los ecos que se esconden en su risa y de los inviernos que lleva dentro.

Me enamoré de ese abrazo con dejos de almidón y del rastro con el que la vida ha ido enmarcando su mirada; me enamoré de lo irremediable que fue enamorarme sin saber que sólo estaba de paso y ahora prefiero la Muerte a la Vida, así como prefiero el otoño al verano. 

Me quedo en una estremecedora pausa, con la lluvia agolpándose en mi garganta, con los días acumulándose en la ventana. Me quedo con las ganas de querer dejarlo ir, pero con el recuerdo guardándole todas las esperanzas, que en llamas se desgastan y derretidas las sorprende el amanecer, me quedo enamorada de su compañía mientras él se ha quedado enamorado de su soledad. Entonces miro al cielo y encuentro sus brazos, donde caigo dormida, esperando por esa bella utopía, dibujando constelaciones en la oscuridad.

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