Vandalismo con denominación de origen Ayotzinapa

A este país le hace falta justicia, desde luego. Pero los vándalos también tendrían que ser parte de la ecuación.

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Tan extraña es la presencia, todo el tiempo y en todas partes, de los padres de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa que comienzo a sospechar que a esa gente, como si su desgarrador infortunio no fuera suficiente, le ha caído todavía encima la desgracia de ser suplantada por deleznables impostores.

A cuenta de la vileza de los canallas que asuelan a este país hemos vislumbrado el sufrimiento de Javier Sicilia, Alejandro Martí o Isabel Miranda de Wallace, entre otras personas irreparablemente tocadas por la violencia. Hemos también sabido de su extraordinaria entereza. Y, por si fuera poco, su activismo, tan admirable como contenido porque nunca han recurrido a la violencia ni a las amenazas, no sólo ha servido para sacudir la conciencia de nuestras adormecidas autoridades sino para cimentar el camino hacia un México, así lo esperamos, que algún día será mejor.

Pero esto es otra cosa: aquí vemos, antes que nada, el artero aprovechamiento de una tragedia para pregonar mentiras y confusiones. Ah, y el tema ya es también negocio particular porque agitadores de todo pelaje se apoderan impunemente de los peajes en las autopistas y comienzan a cobrar ellos las cuotas, fijadas además a su antojo, con el pretexto de que son “para los padres de Ayotzinapa”. Ya puestos, los más violentos destrozan fachadas de oficinas públicas y rompen la puerta de un cuartel del Ejército (esto, señoras y señores, no ocurre en ningún país del mundo) delante de las narices de unos dignísimos soldados que, a pesar de la estoica cautela a la que han sido obligados, no dejan de ser unos “asesinos y represores”.

A este país le hace falta justicia, desde luego. Pero los vándalos también tendrían que ser parte de la ecuación.

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