“¡Viva México, jijos de…!”

Somos mexicanos y no precisamente para gritarle a quien lo dude que no se ponga sabroso o lo quebramos.

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La otra noche, por la televisión, un hombre ya entrado en años –igual que quien lo dice–, gordo y de lentes de esos que te dan un aire de intelectual, blanco como pan de leche y calvo, me preguntó si estaba yo orgulloso de ser mexicano y, tras largas peroratas y miles de circunloquios sobre el tema, me dejó como tarea averiguar si tengo ese orgullo nacionalista pregonado en el cine y las canciones: “Viva México, jijos del maíz tostado (o de María Morales, quien quiera que ésta sea)”.

La idea del orgullo mexicano me ha estado rondando en la cabeza desde entonces. No sé si en otros países –Suecia, Finlandia, Bélgica o China– haya bardos que le canten con tanta vehemencia al orgullo de ser de esas tierras, pero sí sé que los mexicanos pregonamos a diestra y siniestra –a troche y moche, diría un hermano del Altiplano–, nuestro acendrado amor por este país que semeja el cuerno de la abundancia y ¡ay de aquel que ose meterse con nuestra bandera, nuestro himno –que entonamos con enjundia sinigual en los partidos de “la verde”- y la Virgencita de Guadalupe! Sin ganas de parecer irrespetuoso, nuestro himno nacional habla de una nación que nunca ha sido y que figuró sólo en el alma enamorada –de su novia, no del país–, de Francisco González Bocanegra y al que le puso música un español, Jaime Nunó, que cobró su premio y se fue a vivir a Estados Unidos. Las guerras a las que loa y las hazañas guerreras de las que habla nunca existieron. Y rezuma más sangre que la derramada en la Segunda Guerra Mundial. Pero se nos hincha el corazón de orgullo cuando lo cantamos –y no digo que esté mal– y nadie ha osado hacer la exégesis de su contenido literario e histórico.

Pero, ¿qué es ser mexicano? Primero, un accidente geográfico. Aquí nos tocó nacer, pero bien pudo haber sido en otro lado. Segundo, una condición que nos da ciudadanía e identidad ante el mundo. Sin los papeles que avalen nuestro origen seríamos parias. Pero somos mexicanos y no precisamente para gritarle a quien lo dude que no se ponga sabroso o lo quebramos. La mexicanidad nos obliga a ser eficaces en el trabajo, en la gestación de una matria que cubra larga y generosamente las necesidades de sus hijos, donde haya justicia y oportunidades de crecimiento y desarrollo para todos. Esa es la única forma de ser de verdad mexicanos. Lo demás es parafernalia, liturgia hueca. ¡Viva México! 

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