Vivir en la jungla

Pronto supimos que cambiar el sentido de una calle requiere más autorizaciones que cambiarle el nombre a un planeta.

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Permítame, lector, en día de asueto, una historia personal:

La casa en la que vivo está en una calle angosta y arbolada; desde mi puerta hacia el oriente está empedrada. Hasta hace muy poco era una calle tranquila —así me la presumió mi casera cuando me la rentó. La mayoría de los coches que pasaban por mi calle eran de los vecinos.

Hace poco, todo cambió.

La construcción de los segundos pisos sin pensar en dónde desembocarían todos esos automóviles, el crecimiento desordenado de la zona —edificios, condominios— saturó la salida natural del Periférico hacia vías primarias como avenida de los Insurgentes o Revolución y convirtió mi calle en una buena alternativa.

La estrecha y empedrada calle se convirtió en un eje vial.

Ahora por mi calle pasan camiones repartidores de cualquier cosa, de vez en cuando algún microbús —la Ciudad de México es la única que permite al transporte público la autogestión de sus rutas— y coches, muchos coches a gran velocidad. Mi calle, y en particular sus esquinas, ya son un peligro. Muchos accidentes en lo que algún día fue un barrio callado y tranquilo.

Mis vecinos, preocupados, comenzaron a organizarse, a intercambiar ideas y propuestas. Se pensó en proponer el cambio de sentido de un par de calles para que se reorientara el tránsito aprovechando las avenidas más anchas de la colonia para los nuevos flujos vehiculares. 

Pronto supimos que cambiar el sentido de una calle requiere más autorizaciones que cambiarle el nombre a un planeta. Además, de poco serviría si en esta ciudad nadie recibe una multa por ir en sentido contrario en una calle secundaria.

Se propusieron otras ideas, algunas descabelladas, otras imposibles. Al final de cuentas, los vecinos decidieron poner topes. Hoy en día, alrededor de mi casa hay 8 topes en 150 metros. La esperanza es que aquellos que aprovechan nuestra calle como “atajo” se disuadan de regresar a la calle principal —sin topes. 

Espero que suceda, porque quienes más utilizamos la calle somos los que aquí vivimos y con tanto tope estaremos sacrificando lo agradable de nuestra calle (y las suspensiones de nuestros coches) con tal de mejorar la seguridad del barrio.

Lo más notable es que en todo este largo proceso de deterioro de la calle, deliberación vecinal y ahora instalación de nuevo “mobiliario” la autoridad no se ha dado por enterada.

Vivimos en la jungla.

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