Los informes de gobierno ejercen sobre mí una fascinación especial –casi morbosa-. Los he disfrutado desde la lejana época de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) cuando el presidencialismo estaba en su apogeo. Me gustaba ver el desfile en un convertible rumbo a la Cámara de Diputados y al hombre más poderoso de México recibiendo una lluvia de confeti y un aguacero de elogios de sus súbditos. Era un espectáculo alucinante. Eran los años en que el dólar no pasaba de $12.50, porque el señor presidente tenía poder para impedir hasta los vaivenes del clima.

Pasados los años, los informes fueron degenerando hasta convertirse en meros actos burocráticos o en festines populares con jolgorio y baile en las calles, luego de que en el Congreso un segundo de a bordo entrega un tambache de papeles. El presidente (y el gobernador o gobernadora en su caso) dejó de ir para no enfrentarse a una horda de dizque legisladores que lo atacaban con saña y que impedían la realización del acto republicano de informar al pueblo por medio de sus representantes.

Con motivo de los informes del gobernador Rolando Zapata Bello –a quien agradezco la invitación para ser testigo presencial-, mi gusto por esos actos se renueva, con distintos matices. Hace un año, fue el anuncio espectacular de que la mayor cervecera del mundo Anheuser Busch, a la que pertenece el grupo Modelo, reviviría la Cervecería Yucateca y aledaña a su planta instalaría una fábrica de envases de aluminio,  con casi 6,000 millones de pesos.

En su tercero, ayer, nos dio otras dos buenas noticias –en medio de un discurso sobrio, sin aspavientos, enumerando cada logro de su administración-: la instalación de una mega fábrica de envases de aluminio que va a producir dos mil millones de latas al año, y de la fabricante alemana de arneses eléctricos para vehículos Leoni, que invertirá de entrada $350 millones y surtirá desde aquí partes a la BMV, Audi, GM y Ford. 

Nada mal, pero si además el acto es amenizado por la Banda de Música del Estado el disfrute es doble.