La debilidad del Estado mexicano es de escándalo: el gobierno de Fox no pudo siquiera comenzar el que iba a ser el proyecto de infraestructura más importante de su sexenio. Y, en la subsecuente agitación social, cuando el gobernador Peña Nieto intentó negociar con los pobladores que se oponían, sus enviados estuvieron a punto de ser linchados. Ah, y en lo que toca a aquellos vecinos que sí deseaban que se llevara a cabo la obra porque ésta significaba empleos y oportunidades para ellos, fueron silenciados por los violentos (hablando de “imposición”, mira tú). En Tláhuac fueron quemados vivos dos policías y las autoridades ni siquiera intervinieron. En la inmensa mayoría de los restaurantes solo te sirven las cervezas de una de las dos grandes corporaciones monopólicas del país y en miles de las llamadas tiendas “de conveniencia” es imposible adquirir bebidas embotelladas por los competidores de la cadena propietaria. Dos empresas se reparten alegremente el pastel de la televisión abierta y una sola es la que controla prácticamente el mercado de la telefonía. Los privilegios laborales de los maestros que trabajan en la educación pública son más importantes que los derechos de… los niños mexicanos. Es más, en el colmo de la vileza, estos profesores no tienen empacho alguno en dejar sin clases a los chicos durante semanas enteras. Las plazas de muchos burócratas no son ya del Estado mexicano, sino propiedad suya personalísima, vendible al mejor postor y heredable a los familiares directos. El transporte público está en manos de grupos privados que ofrecen un servicio no solo deficiente e indigno, sino peligroso para los ciudadanos. Etcétera, etcétera, etcétera…

¿Por dónde va comenzar el actual presidente de Estados Unidos (Mexicanos)?