“Y muero porque no muero...”

En este afán de perdurar se han realizado impresionantes “últimas moradas” como, el taj mahal en la India o las pirámides de Egipto.

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El inexorable paso del tiempo que empuja los ciclos del calendario  permite que nuevamente, como cada año, conmemoremos a nuestros seres queridos que se han adelantado en este incierto camino que es la vida y también brinda la oportunidad de reflexionar sobre qué hacer con el resto del camino que nos queda a los que aún seguimos andándolo, antes de ser parte del motivo de esta conmemoración.

Uno de los grandes resortes de la conducta humana es el deseo de trascender, procurando que los actos de la vida puedan perdurar más allá del tiempo y que dejen  una profunda huella para la posteridad. 

Los que han asumido el poder a través  de la historia han realizado suntuosas obras materiales o incluso creado ciudades con sus nombres, otros hasta se han proclamado descendientes de los dioses para conseguir este objetivo, pero como sucede en el ajedrez, después de la partida, “tanto el rey como el peón regresan a la misma caja”, y un epitafio dice: 

“Una tumba es suficiente para quien el universo no bastara”, el de Alejandro Magno; si algo compartimos todos los seres vivos es que en algún momento vamos a morir.

Quienes no detentaron el poder, pero fueron poseedores de un talento excepcional que lograron cultivar de manera genial en el arte, la ciencia o las humanidades, habitualmente la muerte los hace inmortales y permanecer en la memoria de la humanidad. Da Vinci, Newton y Aristóteles  son tan solo algunos de ellos.

En este afán de perdurar se han realizado impresionantes “últimas moradas” como, el taj mahal en la India, las pirámides de Egipto o la tumba de Pakal en Palenque; existen algunos cementerios muy emblemáticos que albergan “celebridades”, entre los más famosos están los de París, el de “Pére Lachaise”-quiza el más famoso del mundo- en el que reposan los restos de Moliére, La Fontaine, los amantes medievales Eloísa y Abelardo, Federico Chopin, Oscar Wilde, Edit Piaf, entre otros 300,000 privilegiados “residentes” que ocupan sus 90 hectáreas. 

Otro cementerio parisino es el de “Montparnasse”, donde se encuentran los restos de Charles Baudelaire, Jean Paul Sartre y latinoamericanos como César Vallejo, Julio Cortázar y el mexicano Carlos Fuentes, y no pudo ser un mejor lugar de reposo,  pues en el Monte Parnaso griego  habitaban las inspiradoras musas, pero en este cementerio también se encuentran los restos de otro mexicano que no necesitaba inspiración, don Porfirio Díaz.

Estas famosas y frías necrópolis son sólo un atractivo turístico de París; en los cementerios mexicanos, cuando menos en estos días, puede sentirse la energía vital que produce el recuerdo de los que ahí moran y que se transforma en colores, olores y sabores, sobre todo en Mixquic y Janitzio, Mich., donde tantos difuntos están habiendo.

Por eso los altares y el hanal pixán son verdaderos puentes de vida, pues la verdadera muerte es la que producen el olvido y el abandono.

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